Entre predicadores y polichinelas

Bocazas: De la persona que habla más de lo que aconseja la discreción... (Diccionario RAE).
Predicadores de la realidad, de ‘su’ realidad, ya que de otra forma no se puede entender su absurda pretensión por manejarla a su antojo y en conveniencia. Predicadores con bula para opinar dejando hilos de prepotencia y ‘sabiduría’ personal de todo aquello que consideren y sientan como propio. Pseudoentendidos de todo y todos con la zafia necesidad de sentar sus reales cual cátedra en cualquier tema que consideren precisa de sus conocimientos.

Justos de inteligencia, toda vez no son capaces de entender que sus sentencias no son más que reconversiones gratuitas a las que nadie, ni siquiera aquellos que amable y estoicamente aguantan sus discursos, prestan ya ninguna atención...

No soporto, jamás lo he hecho, a los que, dotados de tan poca inteligencia como retórica, se creen en el derecho de opinar hasta de todo aquello que en el fondo saben no tienen ni la capacidad ni el entendimiento suficiente para juzgar. Son los predicadores del sinsentido, de la sinrazón esquiva y pobre, tanto como son los argumentos que ponen sobre el tapete sea cual sea el motivo, la discusión, el tema.

No les importa el qué o el cómo, sólo ‘su’ opinión, no valoran la de los demás, no existe, no es importante, al menos no tanto como la suya, la buena, la acertada. Todo saben y a todos conocen, de todo hablan y a todos analizan en la certeza, en ‘su’ errada certeza, de que nadie les podrá jamás llevar la contraria, ya que nadie está tan preparado como ellos, nadie tan inteligente, nadie a altura suficiente como para rebatir y competir con argumentos tan excelsos y rabiosamente actuales.

¡Pobres!, incapaces de ver más allá de lo que su cortedad de miras alcanza, inútiles ignorantes sin habilidad para escapar del guión previamente establecido por sus lecturas de cabecera, medios a los que se abrazan en rito diario de compra de ‘sabiduría’. Payasos, jokers de rictus esperpéntico, vulgares repeticiones de consignas memorizadas y ni siquiera entendidas. Son los predicadores del absurdo, polichinelas del teatro más ridículo, el escenario más grotesco, de las intenciones más dañinas. No los soporto...

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