‘Raspas’

'Raspas' (Foto: Xoán Baltar)
Su vida circuló por carreteras de segunda categoría, o sea: ni fu ni fa. Pero llegó el día fatídico en el que el pensamiento vino a turbar su acomodo.
Después de que el médico le mostrase las radiografías del tórax y le confirmase que se hallaba ‘fuerte como un toro’, por lo que no había motivo de preocupación, en una revisión laboral rutinaria que confirmaba su alianza con la buena salud, fue asaltado a traición (¡quién sabe si con alevosía!). Nunca se adelantó al futuro buscando motivo de preocupación, por eso le extrañó que el médico emplease esa palabra: ‘preocuparse’; ocuparse de algo antes de que ocurra. Pero, y si... sí había motivo de preocupación; y si... se traspapelaron las radiografías, y si... no tuviera huesos sino raspas (la idea le vino del filetón de bonito que se jalara ese mediodía).

El resto de su existencia se resolvió en meses. La intranquilidad no le permitió vivir. Cada instante era poco para palparse en busca de huesos elásticos y puntiagudos. El pensamiento intruso se volvió obsesivo y la obsesión se transformó en certeza. Nadie pudo dictaminar el motivo de su muerte: tristeza, deseos de morir..., simplemente dejó de comer, de andar, de existir.

Treinta años después, cuando la mujer murió, abrieron la tumba para dejarles compartir el sueño eterno. Alguien, un enterrador, exclamó el primer al ver aquello: ¡Dios! ¿Qué han enterrado aquí?, ¿un tiburón?

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