Cartas al director

Los loros

Si los loros fueran eclesiásticos, serían unos auténticos predicadores cristianos (Anónimo). 


El tiempo ha vuelto a mejorar, la primavera no se rinde. Mi hobby de frecuentar las saludables y curativas aguas termales no se rinde. Huyendo de la charlatanería mediática que parece hablarse a sí misma, cogí el auto, y objetivo Reza-Outariz. Aparqué, en larga fila, en la misma carretera frente a la pasarela. Caminé sobre ella disfrutando de ese calorcillo primaveral que anima tu piel. Me introduje en los vestuarios, me enfundé mi traje de baño, cerré la taquilla con mis pertenencias, calcé mis chancletas, pasé por la ducha normativa y me zambullí placenteramente en esa agua con un montón de sales y a temperatura muy agradable. Busqué mi lugar de rutina y me abandoné a la sensación benéfica del agua calentita sobre mi piel.

Había bastante gente, algunos ya conocidos por múltiples coincidencias anteriores. Algunos de ellos filosofando sobre la candente actualidad a voz en grito -no con mucho rigor-, tal vez para oírse más a sí mismos que a sus oyentes. Eran aquellos a quienes, hace semanas, había osado definir como los sabios del “Ágora ateniense”. Prácticamente, era solo uno de ellos el que sermoneaba ex cátedra, defendiendo asertos sobre el tema del día, el caso de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. Si el precioso animal, el loro, que repite solo lo que ha oído muchas veces, así veía yo al disertador con sus rotundas afirmaciones, claramente copiadas de las reiteraciones de ciertos medios de comunicación. Apoteósicamente (teos significa dios en griego), se mantenía erguido sobre una piedra del murete, mientras mantenía su dedo índice levantado -señalando no sé a qué lugar-, y se reafirmaba con intermitentes alusiones a sus partes viriles, verbales unas, de contacto directo de mano a los genitales, otras. 

Le hice observar a mi amigo René, que semiyacía a mi lado, la conversación -no fácil de seguir pues era en tono bajo- de una pareja de jóvenes que ampliaban claramente el tema del día planteándose los problemas actuales de la política española. Para ellos, el hecho del presidente abrevaba en esas fuentes, y proponían a los ciudadanos hacer algo para desenlodarlas, tomando conciencia de los verdaderos problemas del país. 

Y le comentaba a mi colega el recuerdo de una antigua clase mía de Filosofía sobre la equidistancia lógica medieval, hoy falacia del punto medio. En concreto, proponía a los alumnos un juicio crítico sobre el caso del ladrón que roba a otro la cartera. El primero llama al policía acusando al robado de ser el ladrón, porque forcejeaba para recuperar lo que era suyo. Y nos preguntábamos un tanto ansiosos: ¿Será que el pueblo pasa de casi todo, aburrido del ruido de los discursos y sermones de políticos y sacerdotes, porque ya no sabe lo que es verdad o no lo es? ¿Estaremos los españoles dentro de un enjambre de loros charlatanes? Y nosotros, René y yo, allí calladitos, con algún guiño cómico esporádico y con el privilegio de escuchar sin ser escuchados.