arte et alia

Paisajes simulados de Antonio Guerra

Antonio Guerra, entre dos de sus obras.
photo_camera Antonio Guerra, entre dos de sus obras.

Antonio Guerra el inteligente fotógrafo natural de Zamora, donde nace en 1983, se manifestó en la sala con la debida frescura comentando sus propuestas a lo largo y ancho del vernissage.

Llegó hace unos días a la Galería de Marisa Marimón para exponer sus eclécticas propuestas con mucho de posmodernismo en su esencia y lo conceptual en las alas. Antonio Guerra el inteligente fotógrafo natural de Zamora, donde nace en 1983, se manifestó en la sala con la debida frescura comentando sus propuestas a lo largo y ancho del vernissage. Todas ellas se originan desde el trabajo fotográfico. Con el concepto expandido en la base, con variantes, la sinécdoque visual en alguna de ellas y el recurso a la instalación. El fotógrafo-artista comienza a exponer hace diez años en sendas colectivas en Salamanca y Zaragoza, para hacer su primera individual, El Camino, en San Isidoro de León en 2010, y la Máscara Ibérica, en Miranda do Douro/Portugal que itineró por el antiguo territorio de León el año siguiente. Este mismo procedimiento realiza desde 2013 a 2017 con ‘Less time than place’ en Salamanca, Valladolid y Madrid. Esta exposición que aquí estrena la rotula como ‘Comportamiento para un simulacro’. Después la llevará a Vitoria, habiendo mostrado antes alguna de ellas en la Fundación Arantzazu Gaur Fundazioa, Gipúzkoa, con las de Elisa Gallego Picard; mas antes, entre febrero y marzo, Marisa y Nuria, su hija, las exhibieron en la feria de arte madrileña JustMad Art Fair, con obras de Diego Opazo y la ourensana Tamara Feijoo.

Paisaje seleccionado de piedra y arbolado, las dos áreas de un mundo, mineral y vegetal, que disecciona Guerra desde sus humanos ojos. Reelabora la masa rocosa con capas recortables delante provocando la atención reconcentrada, unas instalaciones con tintas pigmentadas y metacrilato que generan veladuras pseudopictóricas. O más allá, con fotografía sobre la roca pizarrosa. Con ingenio, son foto-esculturas en trampantojo o volumen. El montaje pétreo con piezas para construcción es poético. Están luego las propuestas en las que lo verde de la naturaleza boscosa provoca de nuevo la instalación, troncos fotografiados y dispuestos para el simulacro de bosque, una plantación utilitaria para producir. ¿Será “el árbol de los zuecos” de Elmero Olmi? Algo de ese minimalismo fílmico puede habérsele contagiado, por más que gustemos de asociarlo a “Le blanc-seing” de René Magritte, grabado litográfico con mujer y caballo cuyos planos segmentados generan una ilusión óptica. En esta elaborada reinterpretación de la imagen paisajista, describe con fotografía el paisaje real, para representarlo después, tratando finalmente de imaginarlo desde la percepción. Hay algo de “Una y tres sillas”, la icónica puesta en escena de Joseph Kosuth, que calificó como antiformalista. Con estos abedules para las suelas, bidos en nuestro mundo, y el resto del cuerpo de cuero, calzado que renace desde Elena Ferro do Deza, tras ganar el concurso de artesanía Antón Fraguas en 2010, que los está popularizando al añadirles tintura de diferentes colores. El tiempo introducido cobra sentido en la obra de cuatro fotos, una tela suspendida a modo de pantalla en el bosque, en positivo y negativo, que es reveladora de su sentimiento de lo conceptual mientras a su alrededor el día cambia de la luz a la oscuridad. Una espléndida exposición visitable hasta septiembre.

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