Opinión

Cosas de un arzobispo con “caloret”

El arzobispo de Valencia avisó que de no hacerse como él decía que había que hacer “he de ver en mis días la pérdida de España”. ¿Qué era lo que había que hacer? Expulsar a los moriscos dado el evidente peligro que suponían, tanto que aconsejaba o bien mandarlos a galeras o bien enviarlos a las minas de Almaden basándose en la, al parecer, incontestable afirmación de esa era acción que se debía llevar a cabo “sin ningún escrúpulo de conciencia”.

Recuerdo haber leído en algún sitio que el señor arzobispo distinguía muy bien entre los moriscos de señorío y los de realengo, siempre hubo clases y por lo tanto intereses, y que a estos últimos había que condenarlos a galeras, atados con grilletes y cadenas, para que una vez las galeras entre el reino de Valencia y las Islas Baleares se provocasen en los navíos unas preciosas vías de agua que se los llevaran, con cadenas y grilletes, al fondo del mar Mediterráneo.

La carta o el aviso, la redacción o como se quiera llamarla al rey fue escrita en 1600 o 1601 y la expulsión de los moriscos comenzó en 1609 o 1610 si bien recuerdo aunque comprendo que ustedes, no pocos de mis sabios y malintencionados lectores, pensasen en primer lugar en el arzobispo Cañizares, ese purpurado de cola larga y bondadosa expresión que ve caballos troyanos por todas partes y sin embargo pudiera producir la impresión de que no se ve ni se adivina en su verdadera entidad cada vez que se contempla en un espejo. Lo del arzobispo de Valencia llamado Juan de Ribera, que lo fue bajo el reinado de Felipe III, y lo de este de ahora, que lo es bajo el de Felipe VI, cabrá atribuirlo al caloret, algo que afecta por igual a munícipes que a clérigos según las últimas noticias recibidas acá por el noroeste ibérico tan distante y alejado de todo lo que sucede por el mundo.

Consideraba Napoleón que la religión era un mal necesario aunque solo fuese a efectos de contención moral, de fijación y consuelo de una mayoría social a la que solo se podría contener debidamente proporcionándole explicaciones mágicas allí donde no se le pudiesen ofrecer lógicas; ya saben: el Dios proveerá, hermanos, pero mientras no lo haga y esperáis los demás vamos tirando. El problema es que esa contención moral nos llega muchas veces en forma de pastoral como la emitida por el arzobispo levantino afectado por el caloret de marras y claro, se nos forma la conciencia un lío a todos los demás; máxime cuando al día siguiente se desdice haciéndonos ver que vale tanto para una cosa como para la otra y contraria. ¿Será eso doble moral o será otra cosa que será mejor que no califiquemos? No quiero pensar en como anda el personal entre lo que dice monseñor, lo que comenta esa monja gamberra que vive en Cataluña, en principio dedicada a la meditación, y lo que recomienda el papa Francisco.

Lástima que la Santa Madre Iglesia se rija por otras normas y estas no permitan hacer con monseñor la barbaridad que nuestro señor Rajoy hizo con Arantza Quiroga que, en Euskalherria, tuvo la gentil idea de abogar por la convivencia porque de ser así es de suponer que algo habría ya pasado. El mundo les está algo confuso: cesan a la Quiroga y mantienen al purpurado.

Es curiosa la actitud del episcopado español. Monseñor Rouco, que ejerció su apostolado en Compostela, se sonrió con aspecto de satisfacción cuando este escribidor de ustedes se despidió de él confirmándole su convicción, después de dos años de intensa relación institucional con la cabeza visible de la Iglesia gallega, de que Dios era de derechas. Me dio la impresión de que no tenía la menor duda a tal respecto. Me refiero a monseñor Rouco Varela, el mismo que unos años antes sugirió un concordato entre la Xunta y el arzobispado compostelano y ahora se opone, yo diría que abiertamente, a las líneas pastorales dictadas por el Pontífice de Roma y es de suponer que concuerde con la expresada por monseñor Cañizares.

¿Es grandeza o se trata otra cosa la realidad eclesiástica que esta disparidad entre monjas gamberras, arzobispos pasados de moda y papas en ejercicio real de sus funciones nos están ofreciendo?

Cada uno es libre de pensar lo que quiera, de momento esa es la libertad más cierta que nos ha sido otorgada y conviene ejercitarla por si algún día alguien considera oportuno cuestionarla. Que nadie se ría. Pensar puede llegar a estar gravado. Ya han detenido al primer reo de delito de tomar el sol a través de una pantalla solar para aprovechar su energía y ahorrar en el recibo de la luz. Se empieza por cobrar la luz del sol y se acaba por cobrar el uso de la luz de la razón; lo que, al final de todfo, va a darle la razón a Don Francisco de Goya y Lucientes pues esta, la razón, acaba por producir monstruos. Bien lo vemos.

No cambia la condición humana y un pueblo puede ser amigo de otro pueblo, la Historia nos ofrece ejemplos al respecto en cantidad suficiente como para que podamos suscribir la afirmación. Pero es más dudoso que un dios pueda ser amigo de otro dios y que no anden siempre enfrentados por unas razones o por otras; incluso el mismo dios puede generar rencores entre quienes lo adoren por igual, Castelio y Calvino, Calvino y Servet, y tantos y tantos otros. Cristo es el Mesías para los cristianos y no lo es para los judíos y, en vez de esperar ambos al día del juicio final, para poder ver dónde Cristo está sentado y poder salir de dudas, mientras ese día no llega, no vean la de cristos que tal negación y tal aceptación llevan producido.

Hitler, Herr Adolf, decía que quien tiene una creencia, sea este un pueblo o sea una persona, aunque esta creencia o esa verdad puedan ser falsas, es mucho más fuerte que el que no tiene ninguna. Es posible que tuviese razón. Quien crea que sus acciones están dirigidas por la divinidad o simplemente por su líder político tiene mucho adelantado sobre aquel que solo tenga su conciencia para rendirle cuentas sin tener que esperar a rendírselas a su dios el día del Juicio o su líder en caso de traición o deslealtad.

Afirmaciones como las de monseñor Cañizares, por muy disculpadas que hayan sido, que no retiradas, solo deben encontrar la firmeza de quienes profesen creencias solidamente democráticas y acierten a defender su verdad con el ímpetu equivalente a la frivolidad con las que estas fueron enunciadas.

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