Opinión

Creo que no me equivoco nada

Hace ya muchos años, pues igual treinta o cuarenta, que estando en Pamplona y llevado de la mano de ese gran escritor que es Miguel Sánchez Ostiz, viejo y nunca olvidado amigo, entré en la Librería Anticuaria Iratxe y me hice con un ejemplar de "Luz a los vivos y escarmiento en los muertos". Conservo el libro desde entonces y, de vez en cuando, le echo una ojeada.

El ejemplar que conservo fue editado en 1661, en Madrid, por María de Quiñones "a costa de Juan de Valdés, mercader de libros, en la calle de Atocha, en frente Santo Tomás". Lo escribió Juan de Palafox y Mendoza, a la sazón obispo de Osma, pero Virrey de México en sus mejores tiempos.

La lectura de este libro le resultará edificante a no pocos, entretenida a algunos, plúmbea a bastantes y confieso que, a mí, lo que es a mí, me resulta (discúlpenme) divertida. En él se describen las apariciones de las almas en pena que padecen sufrimientos en el Purgatorio, ese Tercer Lugar, como despectivamente le llamaba Lutero, que, a diferencia del cielo y del Infierno, tiene futuro que ofrecerles a quien lo habitan por un tiempo determinado. Así, al obispo Palafox, al ex virrey, se le van apareciendo las que él llama "santas almas del Purgatorio" que en vida cometieron toda clase de pecados. Homosexuales, ladrones, proxenetas, ludópatas, criminales de toda condición e índole, se le van apareciendo al señor obispo para describirle los tormentos que padecen, muchos y variados, en razón de los excesos, de los vicios y abyecciones practicados durante sus vidas terrenas. Lo hacen a lo largo de casi quinientas páginas. Imagínense la variedad de pecadores y pecados, la variedad de tormentos, la portentosa imaginación del autor del libro.

Siempre admiré al obispo Palafox por su condición de escritor y, durante muchos años, lo imaginé como un golfo redomado que, habiendo pecado copiosamente en ultramar, de regreso a España y arrepentido de sus pecados, había escrito el libro para expiar sus culpas de modo que, como reza el título, tal exculpación sirviera de luz a los vivos y escarmiento en los muertos.

Así fue hasta que, un día, enviado por Romay Beccaría, amigo de sus amigos y de regalarles a estos libros importantes, recibí de él el que contiene la biografía del obispo Palafox. Se trataba de la tesis doctoral de Cayetana Álvarez de Toledo y en ella se narra la peripecia vital del virrey de Nueva España. Desde entonces sé que el señor obispo, fue víctima de las insidias españolas, guiadas por ese mal hispano que es la envidia y nos corroe. Lo hace en la misma medida que a los ingleses los corroe la hipocresía; a pesar de que está pueda ser y sea bastante más constructiva. Si no que se lo pregunten a Lord Chesterfield o que se lean las cartas que este escribió a su hijo y que nada tienen que ver con lo que Rousseau nos dejó escrito a todos. En resumen que le tengo respeto a Juan de Palafox y se lo profesé a la doctora Álvarez hasta que, ahora mismo, leí lo que dijo respecto de "el PP de Mariano Rajoy ya no existe… está muerto" ¡Pues buena la han hecho los justicieros!

Con otras formas, no más blandas pero si formalmente más aceptables, menos estruendosas y rotundas de gestos y ademanes, el PP de Rajoy era el mismo de Manuel Fraga, su fundador y primer presidente. Ambos, Fraga y Rajoy, personas preparadas y cultas, considerados ambos como animales políticos vocacionales dotados, también ambos, de lo que antaño se llamaba voluntad de servicio, llegados al ejercicio de lo público en aras de esa voluntad y no de la carencia de otro oficio y/o beneficio que no fuese estrictamente ese, presidieron el mismo Partido Popular Justo es reconocerlo.

Entre otros servicios, de no menor cuantía, prestados a la ciudadanía española -a los españoles y españolas, como se dice ahora- está el de haber mantenido en la continencia a una de las dos Españas que, desde hace demasiado tiempo y de vez en cuando, acostumbra a helarnos el corazón; si me dejan que lo exprese así, echando mano de los versos del poeta. La otra la serenaron en su momento Felipe González y Santiago Carrillo si no me equivoco mucho, y creo que no, que no me equivoco nada.

Si ese PP de Rajoy está muerto es porque lo mataron y no fue la izquierda sino su propia gente, la que se creía que era la propia gente, su propio partido, los niñatos formados en sus escuelas de verano más que en las facultades universitarias o en los másteres que en ellas son impartidos. Fueron ellos, ahora con la colaboración de la doctora Álvarez, los que liberaron los fantasmas de antaño, ahora solo falta que renazcan los del extremo opuesto y ya la tendremos otra vez liada.

Tendré que volver a leer esa tesis doctoral, dirigida que fue por John H. Elliott, para ver en dónde se escondió el gusanito que ahora emerge y se solaza en el caldo de cultivo que se cuece, quisiera creer que a fuego lento e insuficiente. La doctora conoce muy bien la Nueva España del S. XVII, diríase que también la ya entonces vieja España, pero parece ignorar, es de desear que no de modo deliberado, la más reciente y próxima Es una pena. No sé qué pensaría Manuel Fraga, aunque me lo imagino y razones tengo para ello. Tampoco sé qué pensará Mariano Rajoy y mucho me temo que su educación le impida hacérnoslo saber a todos. Pero también me lo imagino.

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