Opinión

Se nos desinflan las palabras

Se nos acaba octubre y ahí se nos viene encima noviembre, como una bala. Verán que pronto se nos pasa y como, en unas pocas semanas, el circo electoral nos envuelve con sus músicas y sus canciones, con sus ilusiones y miles de promesas, seduciéndonos con sus encantos y no pocos embelesos.

Hace cuarenta años no pensábamos que pudiese ser así. Era el tiempo de las canciones. Los más viejos se acordarán de aquella que decía “habla, pueblo, habla” e inducía a pensar si no todo sería un sueño. Lo era. Pero casi todos creíamos en él, así que era cierto y no sólo ilusión o esperanza vana. Con el tiempo sueño y realidad se igualan y confunden, es la única manera de la que realidad no sea aplastante.

Hasta ese momento la palabra, al contrario de lo que empieza a suceder ahora –no se preocupen, ya ha sucedido así a lo largo de la Historia…y volverá a suceder- hasta ese momento, les decía, la palabra lo era todo y así seguiría siendo durante algunos años más. Ahora ya no. Ahora son otros lópeces los que rigen. Pero no corramos, vayamos por partes.

Entonces era la palabra. La capacidad de hacer que la gente asumiese las que unos pocos les ofreciesen para que creyesen en ellas y les otorgasen sus apoyos, es decir, sus votos. ¿Quiénes habían conseguido, hasta ese momento, hacer que sus palabras fuesen las de muchos?

Traigamos algunas de ellas desde el rincón de la memoria; por ejemplo, Plan de Estabilización, también Plan Badajoz, Veinticinco años de Paz, pero igualmente Huelga General Pacifica, Reconciliación nacional, Fuerzas del Trabajo y de la Cultura y algunas otras más que recordarán ustedes y que a mi ahora mismo no se me ocurren.

Aquellas nos las troquelaba el régimen, estás nos las martilleaba el PCE de Carrillo. Uno y otro eran las dos únicas fuerzas entonces capaces de crear lenguaje político, de ofrecer palabras, ya saben, alientos estremecidos, que las gentes acabásemos por hacer propias. Pero, poco a poco, uno y otro, el régimen y la oposición clandestina –perdonen, pero no había otra- fueron perdiendo esa capacidad y el enorme poder que comportaba.

Surgieron otras palabras y otras frases, Pactos de la Moncloa, Habla pueblo habla y no nos dimos cuenta de que quien era capaz de implantarlas habría de ser quien se llevase el gato electoral al agua. Y así fue. Duró hasta que la UCD de Suárez perdió pie y con esa pérdida se quedó también sin la fuerza creadora que le permitiese ofrecer otras palabras. ¿Se acuerdan? Cambio tranquilo, Cien años de honradez… formaron parte del nuevo lenguaje político y configuraron un nuevo repertorio de esperanza. Y ganó el PSOE.

Duró lo que duró, acaso demasiado. O no. Quién sabe. Poco a poco sus palabras, las palabras surgidas de su seno: GAL, por ejemplo, o de la boca con dientes apretados por excelencia: ¡Váyase, señor González…! empezaron a señalar otros caminos. Seguían siendo las palabras o, dicho de otro modo, la capacidad de crear eslóganes políticos, frases que hacer propias, conceptos resumidos en ellas que ilusionasen a los más, era importantes, se diría incluso que imprescindibles, si uno quería ser seguido por una multitud camino de Hammelín, por ejemplo, al paso alegre del sonido de una flauta electoral. Era como un sueño, como un sueño democrático, en el que los caminos se enlosaban con palabras. Hasta que, bruscamente, unas bombas terroristas nos situaron en la realidad. Las bombas en los trenes de Atocha y la torpeza de no usar las palabras adecuadas al querer ponerle letra al horrísono eco de esas bombas.

Entonces, el cambio no lo indujeron las palabras, sino el ruido y el estruendo. Aquel hallazgo del ZP de última hora, no de una palabra, no de un concepto, apenas de un zumbido monocorde, derivó los votos en otro sentido del que hasta ese momento había sido el esperado. Y empezamos a dar tumbos y a hacer guiños. ¿Se acuerdan del dedo índice enarcado encima de la ceja? Eso era todo y la crisis no existía. Y vino Mariano y guardó silencio, dialogó consigo mismo a través de la pantalla de plasma y las palabras, las palabras que antaño nos guiaban, empezaron a llegarnos desde otras instancias, Gurtel, Fabra, Pokemon y Andorra, Generalitat y ERE, Púnica… hay más estos son tan sólo unos ejemplos. Pongan ustedes los que faltan.

Aparecieron palabras que las gentes llenamos de sentido e hicimos nuestras: Indignados, Podemos, Ciudadanos, Mareas … son algunas de ellas e indicaba un camino que poco a poco y en su mayoría se nos ha ido desdibujando. Al lado de los viejos aparecieron nuevos nombres. Aún están ahí, pero las palabras ¡Ah, las palabras! las palabras se han ido diluyendo.

Nacieron con mucho vigor, quizá con excesiva fuerza, con un impulso inusitado en lo que se quiso una carrera de cien metros hasta que, sobrepasados ya los ciento cincuenta de carrera, se advirtió que no, que no era de cien metros la distancia a recorrer, sino de cuatrocientos y con vallas. Y tuvieron que cambiar el ritmo adaptándolo a la nueva distancia establecida.

Llegando a los trescientos, los jueces de carrera (ubi sunt) sentenciaron que nada de cuatrocientos: eran los diez mil. De ellos se pasó a los veinte kilómetros marcha y al final resultó una maratón a la que los más llegan reventados, el grupo de la expectación también. Ahora todos estamos expectantes.

¿Habrá alguien capaz de inventar una palabra, de renovar el sentido y la frescura de las viejas o tendremos que adaptarnos a la vieja costumbre de votar, los de izquierdas a la izquierda porque ya sus mayores las votaban; a las derechas los de derechas porque ya sus abuelos venían haciendo lo mismo?

Se nos han desinflado las palabras, se nos han vuelto como globos que se escaparon sin que nos diese tiempo a hacerles un nudo en el rabo y de modo que ahora vagan erráticos y presurosos su breve y accidentado vuelo, ruidoso como una pedorreta cómica y desacompasada. Ojalá que en los dos meses que nos quedan alguien, cualquiera de derecha o de de izquierda, de izquierda o de derecha, sea capaz de hacerse con un globo, llenarlo con su aliento oxigenado y puro –no otra cosa es la palabra- y nos haga levantar la cabeza a todos con tal de verlo ascender de nuevo, ilusionados.

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