Opinión

El peligro de cierta filosofía

Lo leí en el muro de Facebook, en ese lugar ideal en el que se cuelgan textos de todo tipo, dazibaos, oraciones que curan la psoriasis y la perlesía, poemas eróticos, declaraciones de amor, recetas contra la caspa, jaculatorias milagrosas, curaciones definitivas, fotos de familia, sueños rotos, esperanzas vanas, todo lo que la mente humana es capaz de producir, que no es poco ni escasamente variado.

Lo cierto es que no me lo creí, ya verán lo qué, pero el simple hecho de haber sopesado la posibilidad de que fuese cierto nos puede dar una idea, a mi al menos me la sugiere, de cómo puede estar la salud mental del personal, entre el que me incluyo, faltaría más, cuando ya elucubramos hasta con dilemas como el padecido por este servidor de ustedes después de haber leído la noticia que les comentaré, acto seguido, pues ya no me queda otro remedio.

Según acabo de leer, un profesor o profesora de la Universidad Autónoma Antonio de Nebrija, escondido o escondida que está en las siglas P.G.R., ha sido penalizado (o penalizada ¡menudo coñazo!) con el abono de tres mil doscientos cuarenta y nueve euros que deberá ingresar en la cuenta de un alumno que la denunció por haberle causado un daño irreparable.

¿Qué daño? El que le supuso la lectura de un texto de Noam Chomsky recomendado por el docente. ¿Deberé decir docenta? ¿Será insuficiente con el participio activo que señala tal condición o tendrá razón la sublime e intelectual ex ministra Viviana Aído que fue quien determinó expresión tan simpática, conmovedora y un si es no es también algo jaranera?

Según dicen que dice la sentencia, de la que al parecer se derivará un Real Decreto, los docentes y las docentas, que no quieran aparecer como indecentes o indecentas, deberán en el futuro advertir a sus alumnos y a sus alumnas del peligro que encierran ciertos textos de Filosofía, Literatura, Historia o incluso Lingüística, como es el caso.

El alumno alegó que no había sido advertido del peligro que corría al leer a Chomsky de forma que, de ser victima de un conservadurismo que él consideraba moderado pasó a convertirse, siquiera fuese de forma efímera y circunstancial, en un anarquista de tomo, lomo y además muy señor mío.

Sin embargo la noticia no aclaraba nada respecto de si deberán hacer lo mismo los profesores de religión, se trate esta de cual se trate, dada la facilidad con la que algunos llegan a inmolarse convencidos de que podrás disponer de setenta y dos huríes por toda la eternidad, mientras que otros creerán contar con ángeles de la guarda, llamados Marcelo, aparcacoches al parecer no ocasionales, o se exponen a acabar condecorando advocaciones marianas con medallas de plata de beneméritas instituciones que cuentan entre sus miembros y miembras con todo tipo de creyentes quienes, algo estupefactos, contemplan la escena mientras se condecora a una imagen y se empiezan a devengar los emolumentos que correspondan. La verdad es que estas cosas son muy serias.

La noticia la leí en Facebook, pero también pudiera haberla leído en “El Jueves”, ese hebdomadario que se subtitula algo así como el periódico que sale los miércoles. Afortunadamente no fue así y, gracias a ello, puedo hacerles perder el tiempo a ustedes leyendo estas tonterías.

De haberlo leído en “El Jueves” incluso me hubiera parecido un chiste malo, pero al leerlo en sitio tan variopinto como es el Facebook, después de haber leído todas las declaraciones hechas por los políticos durante las últimas semanas, uno ya está más que inducido a sopesar cualquier noticia falsa tratándola como verdadera hasta llegar a admitir que no, que no puede ser cierta y que hasta ahí podríamos haber llegado.

Vivimos una situación que es un puro despropósito y llegamos a ser capaces de creernos cualquier cosa. Maduro en la desvencijada Venezuela dice hablar con un pajarito y hay gente que se lo toma en serio. De lo que está pasando por aquí es mejor no poner ejemplos y no hundir más el dedo en la llaga que los tiempos han llegado a producir en el imaginario colectivo, tan fragmentado al día de la fecha, que unos y otros nos creemos cualquier idiotez que pueda ridiculizar a nuestros contrarios. De tal forma hemos deteriorado el lenguaje, de tal manera la verdad y la credibilidad de la gente.

Todo es ya posible. Nos hemos insensibilizado hasta el paroxismo delante la desgracia ajena y hacemos un chiste sobre cualquier realidad que se nos antoje chistosa o deseable. Los españoles nunca hemos disfrutado de un nivel cultural colectivo medio tan alto como ahora, es cierto, pero nunca había descendido tanto el nivel medio individual.

Nuestros abuelos eran culturalmente aptos para sobrevivir en el medio que ocupaban, dominaban la lengua en la que hablaban y esta le servía para nombrar todo aquello que los rodeaba, desde todas las plantas a todas las piezas de un carro de bueyes, desde los montes a todos los animales que los pueblan. Nosotros ya no. Ni siquiera somos ya capaces de saber donde está le chiclé del carburador del automóvil o la pieza que haya podido sustituirlo. Ahora todo nos lo dan hecho. Los nombres de las cosas, los nombres de los instrumentos que las mueven, las noticias que deben conmovernos y las que no deben importarnos, cuando es necesario ser dueños de lo que nos rodea y eso solo es posible siéndolo de todas las palabras que lo describan y de los sueños de las que han surgido o puedan aún surgir.

La vida propia es como un barco en el que cada pieza tiene un nombre y es necesario conocerlos todos porque solo así se podrán evitar naufragios, sean debidos a Chomsky o al ángel Marcelo, al brazo incorrupto de Santa Teresa o al carajo la vela que nos está iluminando a todos.

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