Opinión

Un viejo nuevo cambio

No se trata de que cada generación tenga que cometer sus propios errores, sino de la condición humana. Somos así. Lo peor es la consciencia de que lo seamos sin remedio. Por eso el mundo, o lo que es lo mismo, las sociedades que lo componen, van y vienen y cada una de ellas, en la sucesión de unas generaciones por otras, va descubriendo el mundo; va poniéndose y quitándose sus propias vendas. No es que nadie no escarmiente en cabeza ajena sino que el conocimiento de la realidad, incluso mejor dicho, la asunción de la realidad, no es nada que pueda transmitirse. Ningún niño echa a andar porque sus padres sepan caminar desde hace muchos años. Por eso hay niños que andan a cuatro patas y se van irguiendo poco a poco, mientras que hay otros que necesitan andadores, otros que arrastran el culo que protegen con una pierna doblada debajo de él e incluso los hay que un día acuerdan ponerse en pie y lo consiguen con la mayor naturalidad del mundo; así, sin más, de modo que su aprendizaje, las sensaciones que concita, serán ya para siempre intransferibles. 

Tengo un amigo que calificaría esto que acabo de escribir como una platitud; es decir, como una obviedad e incluso como una perogrullada. Si ahora me diese por añadir que a los viejos le sucede lo mismo que a los niños y que todas las generaciones de ellos, todas las generaciones de viejos han tenido que ir descubriendo las cosas que a los viejos únicamente se le van descubriendo con los años siendo como son estas las mismas, generación tras generación, se sonreiría satisfecho quizá pensando que una platitud puede ser también una frivolidad cuando no la más pura expresión de un pensamiento plano, pues tal y no otra es la condición del plato.
Estamos asistiendo a una regresión y o estamos reaprendiendo o estamos olvidando pues al parecer no son muchos los que se están instalando en el recuerdo. Regresan viejos modos. Los plantes mussolinianos, su gesticulación ampulosa y desmedida, sus aspavientos manuales y sus carantoñas, han reaparecido en la Casa Blanca. Por eso no es de suponer que las invocaciones nacionalistas, el afán de imperio que llevó de nuevo los estandartes romanos por el África y otros sonsonetes que se creían olvidados, no empiecen a asomar la oreja por el Capitolio, porque ya es suficiente con haber escuchado el breve discurso del nuevo presidente para constatar cómo este conmovía, por partes iguales, a quienes lo aplaudieron y a quienes al oírlo se echaron a temblar. Esto ya sucedió antes.

Estamos asistiendo a un viejo nuevo cambio de ciclo. En 1979, durante un interesantísimo congreso celebrado bajo la convocatoria de “Industrias de la cultura y modelos de sociedad” se consideró que, de ser cierto el concepto de lucha de clases, expuesto por Karl Marx y, admitiendo previamente que llegado un momento de la Historia de la Humanidad la burguesía había sustituido a la aristocracia en el gobierno del mundo en el que entonces nos encontrábamos, se debería admitir que esta, que la burguesía, aún no había cumplido con su hegemonía como clase y sería deseable que pudiese continuarlo durante un tiempo. ¿Durante cuánto tiempo y a lo largo de cuántos años más? Eso fue lo que no se precisó. Entonces nadie suponía la brevedad de duración de aquella certeza.

Se pudo escuchar allí que el proletariado aun no era la clase revolucionaria que había sido la burguesía en su tiempo y que había que esperar a que todo transcurriese como lo hacen las cortinas de un teatro para irnos desvelando el escenario en el que se ha de representar la obra cuando aún no sabemos si esta será drama o comedia, vodevil o ya puestos una tremenda ópera. Nadie se imaginaba entonces que la burguesía, casi mejor dicho: la pequeña burguesía en la que habrían de desembocar las clases medias, empezarían a ser desplazadas no por las fuerzas del proletariado, aliadas con las de la cultura, sino por una nueva realidad compuesta por una tupida red de información sabiamente manejada, no por el proletariado como era de suponer, sino por los grandes imperios económicos desgajados de la alta burguesía formados por empresas que manejan cifras mucho más elevadas que los productos industriales brutos de los más de los países sobre los que actúan.

Entonces… ¿qué es lo que nos espera? Cada vez que las clases medias han estado en regresión hubo inseguridad ciudadana, se culpó de todo cuando no a una etnia a una religión o a una comprensión del mundo, también a la plutocracia o a una concepción política, de forma que determinadas y concretas fuerzas pudiese ver aumentado su poder mientras el mundo era conducido a una confrontación que, de ser llevada de nuevo a cabo a partir de ahora, es difícil de imaginar en sus más completas consecuencias.

Es no un poco sino bastante apocalíptico todo lo que hasta aquí hemos venido leyendo, es cierto. Pero también lo es que si lo que vulgarmente conocemos como El Sistema se resiste a cambiar de ritmo, permitiendo reformas que le resten parte del poder que ejerce sobre la población, es lógico y comprensible que, haciendo uso del mismo derecho, las masas que se saben conducidas al expolio y a soportar un excesivo peso del poder, empiecen a prestar oídos a los discursos simplistas, llenos de verdades como puños, pero alejados de soluciones que, siendo presentadas como fáciles e inmediatas, son de lenta elaboración y nunca de efectos inmediatos.

En esas y no en otras es en las que estamos. ¿Alguien cree que con cuatro frases rotundas y eficaces expresadas en medio del fragor electoral se puede mejorar la realidad? Son zonas de confort las que esas frases ofrecen, situaciones de comodidad en las que se relegará todo en manos de un líder más o menos carismático, más o menos gesticulante, que, llegada la hora de la verdad, suele decir que buenas viñas hay en Toro y acabar por hacer aquello que le venga en gana y nos conduzca de nuevo al borde del abismo.

Que se sepa nunca ha salido nada bueno del ejercicio cómodo de la condición humana, nunca las zonas de confort han servido más que para el disfrute de privilegios servidos en bandejas de plata cubiertas con finos y delicados pañitos de organdí. Ojalá no regresen tiempos en los que debamos confiar en los políticos que solo se atrevan a ofrecernos sangre, sudor y lágrimas.

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