Opinión

Desactualizarse

En una boutique marbellí permanece expuesto el centelleante vestido con el que coincidieron Gunilla y Victoria Federica en una gala, y hasta allí peregrinan algunas mujeres no para embutírselo, sino para fotografiarse junto al maniquí cual si fuera la sirenita de Copenhague. Acudimos a la polémica como gatos al platillo de leche, por eso hoy las noticias se venden con escándalo — “polémicas declaraciones”, “polémica reacción”—, igual que otrora los periódicos se anunciaban con regalo o sorpresa.

Hubo un tiempo en que la polémica era la controversia entre dos posturas filosóficas: la dialéctica de Hobbes y Descartes sobre el alma, por ejemplo. Hoy se discute con encendimiento si el exprometido de Tamara Falcó es un desalmado o si comer Conguitos denota racismo. Las polémicas de ahora vendrían a ser como los viajes en Falcon del presidente: no necesitan justificación. Duran lo que tarda en abrirse a codazos la siguiente, pero fermentan con éxito en las redes sociales, donde se ha consolidado la meirritocracia. 

Hay estudios que constatan un aumento del consumo de noticias pesimistas o enfocadas catastróficamente. Como lo negativo arponea con más hondura en la amígdala cerebral, siempre alerta, los medios compiten por dar la nueva más agorera, capaz de provocar en la audiencia la mayor impresión, el oyoyoyoyoy más largo, más clics por “nanosegundo del metaverso”, que es la nueva unidad de desmedida. Acaso la «rabiosa actualidad» era esta perpetuación del escándalo para poder colar la publicidad con holgura en la boca abierta del público. 

Mientras las informaciones que recibimos parecen seleccionadas por mevaadaralgoritmos, aquellas que carecen de intención polémica no se comunican o pasan desapercibidas. La actualidad ya no es un modo de conectar con la realidad sino una manera de desentenderse de ella, pues las vanas discusiones del día a día nos desconcentran de nuestro propio mundo y nos alejan de los temas dignos de revuelo: la pobreza, el paro juvenil o ese exceso de mortalidad que nadie explica. Con razón avisa el poeta Álvaro García: “Deja la actualidad, que se hace sola, / y ve al presente, que te necesita”.

La pena del periodista es tener que estar actualizado. Se ha comprobado que las personas que revisan con compulsión las noticias tienen más posibilidades de sufrir ansiedad, estrés y dolencias físicas. La actualidad funciona como los masajes de las chinas en la playa: acude uno para calmarse y sale con más contractura. Contaba Ruano que leía de cabo a rabo Arriba, ABC y Pueblo. Decía que el sentimiento de actualidad era casi una parte orgánica de uno mismo: “Temo, no sé por qué, que pueda suceder algo importante sin enterarme de ello”. Ahora lo temible es que ocurra algo banal y no se libre uno de enterarse. 

Las noticias engordan, sobre todo en la mente del periodista, de ahí que sea aconsejable ponerse a dieta de información. Hoy lo novedoso es estar desactualizado. Sálvese usted, que puede permitirse no saber quién es Íñigo Onieva, que puede disfrutar de ese lujo asiático que es despreocuparse de la última hora. Desconfíe de quien le conmine a estar al día: ser humano es negarse a la última actualización.

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