Opinión

Mi niñez

Mi niñez no creo que fuese muy diferente a la de los demás niños de mi época. En aquellos años “la calle” era una prolongación de mi casa.

Los niños estábamos en ella y formaba parte de nosotros. Era como un patio de vecindad. Por tanto esa convivencia diaria, hacía que confraternizáramos, de tal modo, que pese a los incomodos, las riñas o las peleas propias de los niños, a los cinco minutos se olvidaban. De tal manera era así que, pasados los años, muchos años, quizás toda una vida y después de haber seguido diferentes caminos y haber pasado multitud de vicisitudes, las amistades, los auténticos amigos, los que perduran en el tiempo, los que abrazamos aunque pasen años sin vernos, o sin saber unos de otros, son los de la infancia y los del colegio.

Yo nací y viví muchos años en la calle del Baño número 4, casa que era de mi madre y que había heredado de sus padres. La existencia de la calle data del siglo XIII, según reza en la rotulación de la misma, recibe el nombre por conducir a los baños más representativos dela ciudad. Era una calle corta de tierra y en pendiente. Mi casa tenía adosado un jardín que era de nuestra propiedad y que hoy en día es el acceso hacia Las Burgas de arriba.

A partir de la casa número 6 existía un muro que estrechaba la calle a la mitad y conectaba con la calle Progreso. Ese muro fue derruido y al construirse el edificio MM Josefinas (Colegio San José) incluida su capilla. Antes de ser propiedad recuerdo que de niño en el propio recinto del Colegio de las MM Josefinas brotaban manantiales de agua caliente. Otro dato a añadir es que en la acera de enfrente de la entrada principal al colegio se han hecho edificaciones que utilizan del subsuelo el agua caliente de los manantiales.

Mi calle era una calle singular. El paso obligado de criadas y demandaderas o portadoras que acudían a coger el agua de Las Burgas para las casas en las que trabajaban. El agua de Las Burgas se utilizaba para uso doméstico, fregar, para la higiene personal, incluso para beber, dejándola airear en las ventanas y balcones durante la noche.

Transportaban los baldes de zinc y cobre sobre la cabeza, utilizando un paño enroscado que llamaban “rolla” para estabilizarlo, protegerse y aislarse del calor. Las familias más pudientes de aquel Ourense enviaban a estas mujeres a recoger el agua luciendo impecables uniformes, con los baldes, a cada cual más lustroso, como si de una competición entre familias se tratase. Cada uno de ellos llevaba las iniciales de las distinguidas familias orensanas: Los Valencia, Taboada, Aragón, Moreno, Encinas, Amor……

Al regreso se ayudaban unas a otras a colocar los baldes en la cabeza.

Estas portadoras tenían cierta gracia y estilo cuando caminaban en fila una tras otra, pues se requería destreza y equilibrio, para llevar en la cabeza un recipiente pesado con agua. A su vez, el contoneo acompasado de sus caderas, producían unos graciosos movimientos sensuales, que a más de uno le hacían volver la cabeza convirtiendo la calle, “no sin fantasía”, en una pasarela de moda.

Te puede interesar