Opinión

Nucleares, sí

No me he equivocado en la afirmación. Del mismo modo que en su momento dije no, ahora digo sí con la misma convicción. Hace años, el rechazo a las centrales nucleares era un auténtico axioma de la izquierda y un motivo de reafirmación ideológica. Nucleares no, fue un lema repetido en manifestaciones, pintadas y canciones de muchos ‘cantautores’ de aquella época. Aún recuerdo conciertos en la facultad en los que se oían estribillos como: ‘Que no se sepa, que no se note, que las centrales llevan bigote...’. Lo nuclear, más allá de la cuestión ecologista, se veía como un buen modo de hacer negocio para los poderosos a costa de la seguridad y la salud de los ciudadanos comunes. Accidentes graves como Chernobil vinieron a dar la razón a cuantos clamábamos contra ese tipo de energía. La cuestión es que aquel mensaje caló en la ciudadanía y hoy, aunque las circunstancias han cambiado mucho y nadie duda ya de la gran seguridad de las modernas centrales nucleares, persiste un importante rechazo social en España, base de su escasa implantación. Por eso es necesario cuestionarse algunos viejos postulados y desde el libre pensamiento alejado de consignas ideológicas o políticas, modificar publicamente lo que se considere justo y conveniente para el mundo en que a uno le toca vivir. Por eso hoy digo sí a las nucleares. Si alguna duda me quedaba, ya no la tengo después de escuchar la excelente y didáctica conferencia que hace dos lunes impartió, en el Ateneo, Lucila Izquierdo, del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat).


Está muy claro que uno de los más graves problemas de la humanidad es en este momento el cambio climático, consecuencia de la emisión de gases con efecto invernadero. El brutal consumo energético de los paises avanzados -y ahora también de los llamados emergentes-, basado fundamentalmente en el petróleo, el gas y el carbón, amenaza con graves dificultades para nuestro planeta en un breve espacio de tiempo. Por ello, si queremos evitar que nuestros hijos y nietos hereden un planeta degradado, debemos reducir el uso de esas contaminantes fuentes de energía y optar por otras alternativas. Sólo hay dos: las renovables (eólica, solar...) y la nuclear. Tenemos, por tanto, que modificar nuestra cesta energética incluyéndolas cuanto antes y en la mayor medida posible. Por desgracia, las energías renovables, en las que nuestro país ejerce un liderazgo mundial en investigación y desarrollo, tardarán aún muchos años en poder resolver por sí solas los grandes y crecientes requerimientos de la humanidad. En España, dada su gran dependencia energética, el problema es todavía más grave. Por eso no podemos prescindir de las nucleares sólo por el rechazo social que todos debemos contribuir responsablemente a reducir.


Por supuesto que hay otras medidas seguramente de tanto calado y más recorrido, como fomentar la conciencia ecológica de los ciudadanos y los obligados cambios culturales y de estilo de vida sin los que el planeta no es sostenible. También es necesario ahondar en la eficiencia energética apostando por nuevas tecnologías en la construcción de edificios y vehículos. Claro que esto es lo más importante. Pero tardará en surtir efecto. Mientras tanto, no hay más remedio que solicitar de nuestros políticos un pacto energético que posibilite un marco regulatorio atractivo para las empresas que quieran construir centrales nucleares. Hoy en día nada les impide legalmente hacerlo -el sector ya hace años que está liberalizado-, pero en España la incertidumbre regulatoria les disuade. En Francia llevan tiempo construyéndolas porque tienen una normativa estable que lo facilita. No hay razones objetivas que lo desaconsejen. Ya nos toca. Por encima de la política a corto plazo está el interés de los ciudadanos y el futuro de la humanidad que parece nadie se toma en serio. Aquí, nucleares sí. Veremos lo que pasa en Copenhague.



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