Opinión

Amigos, rutinas y peregrinos

Me topo en la policial explanada con el jubilado pediatra José Manuel  Tabarés, para su círculo, Tabi que no Tabo como una vez puse. Viene encantando de la isla de La Palma, esa volcánica de la caldera de Taburiente y el Teneguía que tiene en el Roque de los Muchachos su máxima cumbre a 2.426 metros. Me comenta que un paraíso para los senderistas que por miles se citaron para hacer cualquiera de esos formidables recorridos por la isla a la que, al parecer, dieron nombre más que por las palmas, unos navegantes mallorquines recordando a su capital. Me hace una crítica, que me resalta que constructiva, a mi modus escribendi; se lo agradezco, pero uno es rehén de su estilo; de otro modo acaso careciere de espontaneidad.

Una señora de canino señorío, que no menos de cuatro portaba por el verde del universitario campus, sujetos por correa; ahora debe ser la moda llevar a tantos. No vi que portase bolsa plástica alguna para recogida de excrementos, mancillando un césped por el que atrevidos o sonrojados si alguno de nosotros por él pisase.

Aprieta Febo, tanto que si vagásemos por las callejas de la Roma republicana diríamos al cruce con algún amigo: inclemente Phaebo!   (inclemente sol) cuando me aborda un más conocido que amigo para agradecerme la reseña de la excursión por Lalín de la SGHN y agregados. Es J.R.Seara, geólogo, impulsor del Santa Mariña, que me señala que la sierra del Gerês-Xurés es un muestrario único por sus rocas. Como de tantas coincidencias montaraces, pasamos fácilmente del conocimiento a la amistad. Una gozada perderse en la naturaleza con estos expertos que me recuerdan a José Nespereira cuando acaparaba la atención de varias docenas de oyentes que pugnábamos por escuchar a tan insigne geólogo.

Cuando retorno de una frustrada compra del pan, que me relame al modo paterno que por una bolla de no compacto daba lo que fuere, o era capaz de devorar una de Cea en un estreno en el Teatro Principal de una obrilla cuando entre bastidores en compañía de Vicente Risco, que le decía: ¡Don Ricardo, si o deixan acaba coa bola! Me doy de bruces con José Luis Sousa, empresario trajeado por estos mayanos rigores con el que me detengo, menos minutos, a lo mejor, de los que ambos quisiéramos. Él amante de la naturaleza y los paseos, pero que no dispone de tiempo para darse una inmersión por esas montañas. Somos hijos de la rutina, me digo…pero si reflexionas cada uno ha encontrado en sus rutinas lo que labrando fue, y todos somos hijos de ellas aunque parezca que variamos y la rompemos.

Y por allá donde el Miño en estuario se convierte, yendo entre molinos, esos de cascada que superan en número, hasta sesenta, y espectacularidad a cualesquiera que uno conocer pudiera, tales los de Folón en la subida por un riacho, que otro tributario tiene, y de muy canalizada agua, cuando alcanzada la cima de un desnivel que acaso supere los 200 metros, se comienza a descender por los de Picón, que éstos de menos espectacularidad. En la rematada cima llama mi atención uno de los colegas de zapatilla de que debajo de él una gran culebra; me acerco con los bastones para inmovilizarla e identificar a la especie, pero rapidísima no me da tiempo, pero alcanzo a verla, aunque mimetizada con el paisaje, que es un hermoso ejemplar de nuestra culebra de collar o natrix natrix, acuática y terrestre. Día de horizonte poco difuso, allá por donde el Miño se muere en la mar atlántica, cuando pienso que debería ser el Sil, digno de desembocar en la bravía mar y no en las aguas de este Miño. Más de 200 millones de años llevaba discurriendo el Sil, como demuestran sus terrazas fluviales, cuando del Miño nada se sabía, dicen los geólogos. Pero quién desmonta todo este tinglado, o quién el de que William Shakespeare no fue el creador de tantos prodigios literarios porque como actor nunca salido de su natal Strafford upon Avon o de Londres, por lo que no se le suponían conocimientos para componer esas tragedias sublimes de Julio César, Otelo o Romeo y Julieta, ambientadas en las postrimerías de la República romana o en el Renacimiento italiano. Dicen los investigadores que Shakespeare fue un escribano testaferro de algún inglés, noble y cultivado viajero, aunque Shakespeare actor en los londinense corrales o escenarios.

Siguiendo por la desembocadura miñota, una vuelta por el entorno costero del monte sagrado de Tegra o el Santa Tecla de antes, paseo magnífico desde Pasaxes, donde aún funciona el ferry Caminha-A Guarda, entre el pinar de ribera y la descarnada costa occidental que por rocosa siempre las olas rompiendo y que en este luminoso día particularmente embravecida la mar atlántica con fuerte oleaje devoraría a cualquier embarcación que osara salir del río para adentrarse en el océano. Cuando de paseo, de frente una como cincuentena de más que turistas de la rubia Albión, como se denominaba en la imperial España a Inglaterra, que de frente y provistos de bastones y mucha sombrerería porque apretaba el sol para tales pálidos rostros ,y refrescaba el viento; así que no se trataba de tropa en desbandada si no de bien equipada, cuando en contrario sentido gentes de Lusitania en peregrinaje a la búsqueda de albergue, que pasado el gran estuario del río Miño en barca, continuaban su tránsito a Santiago per loca marítima como se decía de los que sin dejar de ver el mar hasta Iria Flavia (Padrón) tenían a un tiro de piedra a la capital del mito apostólico, que funciona de uno u otro modo, incluso para herejes, se diría sin riesgos de ser inquisitorialmente quemados en los tiempos que corren, aunque a algunas voces ganas no les faltarían como de vuelta a imperiales tiempos de miseria en el que los soldados de los hispanos tercios estaban campando su invencibilidad por Europa para venirse, al licenciarse, ilesos o mutilados, a convertirse en pedigüeños en un país por el que mucho arriesgaron. ¡Oh, imperial patria, por la que tantos aún claman!

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