Opinión

La Molinera: principio y final del alcalde Jácome

Centro de inteligencia artificial en Ourense en el edificio de la Molinera. XESÚS FARIÑA.
photo_camera Centro de inteligencia artificial en Ourense en el edificio de la Molinera. XESÚS FARIÑA.

Una forma de ver la magnitud de la terrible situación sufrida por Ourense es percibir cómo buena parte de las infraestructuras que deberían ser hoy un motor de progreso funcionan mucho mejor en el plano simbólico que como servicio público. No sería difícil diseñar un recorrido por la ciudad repleto de enormes metáforas sobre el actual gobierno: el edificio de la Plaza de Abastos, en lugar de ser un faro comercial es un homenaje a la dejadez. El Auditorio y el Museo Muncipal, en vez de programar cultura exponen el revanchismo acomplejado. Las termas son un síntoma de ineptitud y en el solar de la vieja estación de buses, en lugar de ver a las máquinas trabajando en la futura residencia de mayores observamos dos cosas: la incompetencia del alcalde para tejer acuerdos y otra muestra más de hasta qué punto el cainismo de la política ourensana no se frena ni ante una dotación caída del cielo que aliviará, cuando logre construirse, el déficit de plazas públicas en el cuidado de los mayores.

Al mapa de las nuevas catástrofes se suma La Molinera. Un proyecto original y con potencial de desarrollo que fue sepultado por el regidor para encajonar ahí su gran promesa electoral: un centro de Inteligencia Artificial que acabaría teniendo 1.000 científicos gracias a la supuesta colaboración de Xunta y Gobierno. En realidad solo ha llegado a sumar tres ingenieros, a los que Jácome acabó bajando el sueldo mientras cambiaba de nombre al edificio para acabar rebautizándolo como algo muy similar a lo que había antes, pero sin contenido. Y para completar la dosis de humor negro, en paralelo a su readaptación como mazmorra para los asesores malogrados se ha convertido en una torpe excusa ante la prensa: al filtrarse que varios miembros de su corte pidieron presupuesto para comprarse móviles y relojes inteligentes, el alcalde razonó que eran necesarios para comprobar el trabajo realizado en las instalaciones.

El periódico cuenta hoy hasta qué punto ha llegado ya el vaciado de la vieja Molinera. Las pirañas no han dejado ni los huesos de un centro con 38.000 visitantes anuales en la etapa prejacomiana y que ahora perfila el principio y fin de sus políticas: derrumbar todo lo que no es idea suya -la clave es atribuirse los méritos-, lanzar planes de cartón piedra y al estrellarse contra la realidad pensar en algún camuflaje. A esto se ha venido dedicando en estos 28 meses de devastación y parálisis: en este arranque de curso ya echó el candado al Museo y anunció el cierre de la Oficina Municipal del Consumidor -antes tumbó el aula Cemit y lo intentó con la Universidade Popular-, cosechó otros dos naufragios intentando desatascar la licencia urbanística del geriátrico, se enzarzó en nuevas polémicas inútiles y hasta amenazó al Adif con una expropiación sin base legal. Por todo eso este mandato, además de para engordar las alforjas de su camarote solo ha servido como acelerador del empequeñecimiento de esta ciudad, iniciado precisamente en 2011 con la entrada del líder de DO en el Concello. Desde entonces, y con la ayuda de agentes externos como Pilar de Lara, según crecía la presencia de Jácome la atmósfera municipal se fue enrareciendo hasta convertirse en irrespirable. Y, por supuesto, inútil.

Porque en los últimos años la política local ha proporcionado muchos más problemas que soluciones y no parece difícil emparentar el fango partidista con los agujeros socioeconómicos. Del salón de plenos han salido vetos, bloqueos, personalismos, boicots, guerras internas, denuncias, traiciones e intrigas. Y en paralelo, la capital está sucia, con aceras rotas y su entorno rural abandonado; en lugar de construir diálogo -y presión- con el resto de administraciones para acelerar los proyectos pendientes se prefiere caer en el victimismo institucional; la oferta cultural y termal están desactivadas; el plan de movilidad no avanza -con la zona vieja convertida en una jungla-, falta una estrategia coherente ante los fondos europeos y las posibles inversiones se escapan a otras ciudades con mayor seguridad urbanística, más agilidad burocrática y, cosa sencilla, un mejor clima político.

Ante un gobierno decadente y capitaneado por un hombre sobre el que también pesa la sombra judicial por la gestión económica de su pseudopartido, las dos formaciones con la responsabilidad de encontrar una solución han preferido esconderse en los cálculos sin pensar en el interés general: el PP ha vuelto a un matrimonio en el que casi nadie cree y el PSOE sufre las consecuencias de la falta de liderazgo provincial. Ni la emergencia del covid sirvió para encontrar el gran acuerdo que permitiese desembarrancar a la urbe del peor momento de su historia democrática. Pero lo peor ya no es ni siquiera registrar todas las heridas sufridas sino imaginar de qué manera irá empeorando el diagnóstico: hasta las municipales del 2023 quedan todavía otros 20 meses de cierres, oportunidades desaprovechadas y plenos insufribles. La política ourensana necesita una profundísima reflexión si de verdad quiere volver a ser útil a esta ciudad.

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