Opinión

Cataluña tendrá que esperar

Tras dos años de darle vueltas a la independencia de Cataluña y ante el encastillamiento de las posiciones, a los partidarios y detractores de esta posibilidad solo les queda dar vueltas al argumentario y utilizar metáforas lo más acertadas posibles. Ayer le tocó al semáforo; que si los independentistas tienen el semáforo en verde y la vía abierta, que si el Gobierno les avisa que no se pueden saltar el semáforo en rojo de la Constitución… Sin novedad en el debate sobre la independencia de Cataluña. Ni Rajoy ni Alfred Bosch, el portavoz parlamentario de ERC, gastaron mucha pólvora dialéctica en la sesión de control al Gobierno.

El plato fuerte del debate sobre Cataluña se va a celebrar el 8 de abril, cuando se debatan las propuestas presentadas por los partidos partidarias de la independencia y el Parlamento catalán para que se ceda al Gobierno de Artur Mas la potestad de convocar el referéndum soberanista. El resultado de la votación es el previsible, por la conjunción del voto de los socialistas, populares, UPyD y de otras fuerzas minoritarias. Pero debiera ser también el momento en el que el Gobierno dejara de convertirse en una fábrica de independentistas y realizar el esfuerzo de ofrecer algún tipo de diálogo que ponga en evidencia que es el Gobierno catalán el que está perdido en su laberinto, y el que es incapaz de moverse un ápice de su decisión de convocar una consulta ilegal a la luz de todas las legislaciones, por mucho que recurran al ejercicio del voto como santo y seña democrático por encima de la legalidad constitucional.

Sería el momento ideal para dejarse de metáforas y de entenderse. Pero como en las riñas, dos no se entienden si uno no quiere, y francamente, Artur Mas lo pone cada vez más difícil, con sus palabras y con sus iniciativas sobre declaraciones unilaterales de independencia, o los proyectos de la iniciativa a la Asamblea Nacional de Cataluña para que vuelva a ser la calle la que marque el camino hacia la independencia mediante acciones multitudinarias que atraigan la atención internacional, o que sea esta organización privada la que determine la fecha de promulgación de la independencia de la República de Cataluña. Que cada vez sea mayor el número de catalanes que dice sentirse partidarios de la secesión debe ser una llamada de atención, porque es preciso trabajar para revertir ese sentimiento o esa necesidad. No contribuye a ello comparaciones extemporáneas con otros procesos de independencia en la que los soberanistas catalanes pueden volver la oración por pasiva en cuanto a la importancia de los hechos consumados. Sin embargo, Artur Mas debe tomar nota de la decisión de la UE y de Estados Unidos de no reconocer la validez del referéndum de Crimea que ha alterado las fronteras de un país europeo.

El riesgo que se corre una vez más, al afrontar el más grave de los problemas políticos que tiene el país, es que la fecha del 8 de abril está condicionada por la proximidad de las elecciones europeas en la que paradójicamente, y a pesar de la importancia que de boquilla se confiere a esos comicios, por las repercusiones que tendrán las decisiones del Parlamento Europeo en las políticas nacionales, el PP parece que va a diseñar una campaña electoral basada en presentarse como el adalid de la unidad de España para ganar en el debate territorial los votos que ha perdido en el debate económico y social. Es decir, que Cataluña tendrá que esperar hasta después del 25 de mayo.

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