Opinión

El instante decisivo

El primer presidente del Gobierno constitucional tras la Dictadura, Adolfo Suárez, afronta su “instante decisivo”, el último de los muchos que protagonizó en una etapa política de España sobre la que no había ni brújula de marear ni hojas de ruta previas que pudieran servir de guía. El “instante decisivo” lo definió el fotógrafo Henri Cartier-Bresson como el punto en el que la cabeza, el ojo y el corazón se alinean en el momento en el que se desarrolla el clímax de una acción. Durante la primera etapa de la Transición que se desarrolla entre la muerte de Franco y el golpe de Estado del 23-F, Adolfo Suárez protagonizó una serie de instantes decisivos que asentaron las bases de la democracia y que habrían sido imposibles si, junto al rey, no hubiera imaginado y previsto los pasos necesarios que era preciso dar para devolver a España al concierto de las naciones libres y democráticas: cabeza; si no hubiera sido capaz de vislumbrar el camino que era preciso seguir, y cómo salvar las dificultades y trampas que estaban dispuestos a tender quienes se oponían a desatar el nudo gordiano del franquismo y que estuvieron a punto de hacer naufragar el proceso de reforma: ojo; y porque tuvo la determinación de llevar a cabo los pasos que se habían ordenado en su cabeza según su orden y preeminencia: corazón.

A la hora de valorar la obra política de Adolfo Suárez la dificultad estriba en elegir cuál de los “instantes decisivos” fue el más determinante de todos. Probablemente fuera el primero de todos, su aceptación del cargo de presidente del Gobierno para –en compañía de Torcuato Fernández Miranda- obligar a las Cortes franquistas a “suicidarse” e iniciar el proceso de reforma política –frente a la ruptura- en un ejercicio de posibilismo que no se debe juzgar a la luz de la situación actual sino de la existente en aquellos momentos. A partir de entonces se aceleró la historia de Adolfo Suárez y del país y fue capaz de construir consensos y levantar un ‘espíritu’ que se ha echado de menos en momentos convulsos posteriores.

No menos determinante fue su voluntad de cerrar heridas del pasado y se promulgó la Ley de Amnistía; la democracia habría estado capitidisminuida sin la presencia del Partido Comunista de España y fue legalizado, lo mismo que los sindicatos de clase, y ambos actores fueron claves en la firma de los Pactos de la Moncloa, esenciales para la normalización política y de las relaciones laborales y que no se produjera la quiebra del país mientras los padres de la Constitución elaboraban un texto que, con sus achaques por el paso del tiempo, ha permitido un periodo fecundo de convivencia, pese a los sobresaltos del terrorismo o los desafíos de última hora.

Hasta en el “instante decisivo” de su dimisión, Adolfo Suárez dio dos lecciones, la de la discreción respecto a las causas que le llevaron a adoptar esa decisión, desde las discrepancias internas con sus correligionarios de partido o la presiones militares, y su deseo de ser parte de la solución y no del problema, hasta la postura dignísima de afrontar de pie el golpe de Estado. Cada cual recordará a Adolfo Suárez por un “instante decisivo” -cabeza, ojo, corazón- de una vida política en la que siempre supo estar a la altura de las circunstancias.

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