Opinión

Aquellas conferencias de Álvaro Cunqueiro en Ourense, todavía evocadas

Cunqueiro con Cerezales, García Sabell y Fernández del Riego.
photo_camera Cunqueiro con Cerezales, García Sabell y Fernández del Riego.


En aquellos años sesenta y primeros setenta, las diversas sociedades ourensanas, aparte de su actividad social y recreativa, desarrollaban una intensa programación cultural, de suerte que con frecuencia en sus salones se celebraban conferencias impartidas generalmente por personajes del mundo intelectual de Galicia. En ese sentido, tanto el “Liceo” como el “Orfeón” e incluso “La Troya” eran marco frecuente de conferencias de enorme interés, de modo que era raro la semana en que no tuviéramos ocasión de escuchar a alguno de aquellos oradores, a lo que se uniría luego el nuevo Ateneo, donde, por cierto, todavía Franco vivo, vino a dar una conferencia Enrique Tierno Galván, que muchos recordarán. Al coincidir esta época con mis últimos tiempos como periodista en Ourense, guardo especial memoria y recuerdo de aquel tiempo.

Lo que mucha gente quizá no sepa es que una de las más conocidas y emblemáticas conferencias de Álvaro Cunqueiro tuvo lugar en “La Troya” de El Puente, y lo que allí dijo se ha citado repetidamente y él mismo lo ha evocado en publicaciones, artículos y conferencias. Yo tuve la suerte de estar presente aquel día y le hice una entrevista, cuyo original conservo y que fue depositado en su día cuando entregué mis archivos al Arquivo Sonoro de Galicia. Años después, en varias ocasiones, en mi etapa como redactor de “Faro de Vigo”, rememoré en varias ocasiones con Cunqueiro aquella ocasión y entrevista y se lo he recordado más de una vez a su hijo, mi amigo el notario César Cunqueiro, al que me une una entrañable amistad.

Aquel día en “La Troya” Cunqueiro venía a hablar de los perfiles de la personalidad de los gallegos, en quienes destacó nuestro apego a la cultura y la herencia romana. Decía don Álvaro que eso de los celtas es una hermosa referencia sentimental, pero que el paisano gallego es ante todo un romanizado para bien, desde el idioma al sentido de la propiedad y el Derecho. “Roma –dijo en aquella ocasión—es lo tangible: es la Ley, el Derecho, la calzada, el puente perdurable, la ciudadanía, el sentido de la propiedad….y sobre todo, el vino”. Destacaba que el gallego, el paisano, tiene un sentido romano de la propiedad, por pequeña que sea su finca y que Roma sigue latiendo en las particularidades de nuestro Derecho Civil. Y sobre todo tiene el sentido romano del “trato”, de la “palabra”, cuando se cierra el mismo con toda seriedad, dándose la mano en las ferias al vender una vaca como hacían los romanos. Darse la mano perfecciona y cierra el acuerdo que ya es inamovible. Hace años, en unas jornadas de Derecho Romano en Pontevedra conocí al profesor Mario Talamanca, una de las personalidades que más sabe en el mundo de Derecho Romano, quien nos contó que, tras la caída del régimen soviético, él y otros expertos fueron convocados a Moscú para ayudarles a reconstruir las instituciones del Derecho Civil, según la tradición romana, no la germánica, y le conté aquella conferencia de Cunqueiro en “La Troya” de Ourense.

Ya saben que como se suele decir, un periódico es interesante dos veces: el día que sale y medio siglo después, de ahí que los aficionados a la historia buceemos con frecuencia en las hemerotecas o los propios archivos. “La Región” es un repositorio de incalculable valor para recordar historias como las que hoy nos ocupa. Hay otra efeméride famosa de Cunqueiro en Ourense, allá por 1960 nada menos, cuando dio una conferencia en el Liceo sobre los “Mitos”, tema del que era maestro, lo que provocó a su vez que don Ramón Otero Pedrayo le dedicara un memorable artículo en el que el patriarca decía: “Es así que Cunqueiro se identifica con Horacio y con sus noticias, realiza la proeza de aumentar la bruma de la duda y la lucidez conceptual del gran esgrimidor Hamlet. Y así el “Don Hamlet” de Cunqueiro podría ser una interpretación kantiana. El poeta ha unido las dos excelsas y terribles diafanidades de la inteligencia; la de Hamlet y la de la analítica trascendental”. ¡Qué tiempos aquellos y qué suerte fue para nosotros haber podido conocerlos y escucharlos!

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