Opinión

Historias de un sentimental

photo_camera Una de las fábricas de Álvarez en sus mejores tiempos.

Antes de meterme con mi historia sentimental de hoy, quiero agradecer especialmente a La Región la nueva muestra de afecto que me ha dedicado al incluirme en su hemeroteca (Historia en 4 tiempos) del 14 de agosto, al evocar que hace 50 años dejé mis ocupaciones laborales en Ourense en el mundo de la radio para trasladarme a Vigo, donde iniciaría una nueva etapa en mi carrera en la comunicación. La nota al respecto fue publicada en las páginas centrales aquel día de agosto de 1972, y fue redactada por el propio director del periódico, mi querido amigo José Luis Outeiriño. Gracias.

En cuanto a mi episodio de hoy, retomo la cita de otro relevante ourensano que llegó a crear una de las más importantes empresas de cerámica y vidrio de Europa, y que fue uno de los buques insignia del desarrollo industrial de Vigo a lo largo del siglo XX. Será raro el domicilio que todavía no conserve alguno de los platos, jarras, fuentes o copas que proceden de esta marca. Los periodistas de mi tiempo conocimos y entrevistamos a Moisés Álvarez, el último gran patrón de aquellas empresas. Pero el origen, como otras grandes iniciativas creadoras de riqueza en Galicia, está vinculado a la aventura de un emigrante a Cuba, Manuel Álvarez Pérez, un paisano de Gomesende (Ourense), su padre. Muy joven se buscó la vida en un momento de gran expansión de la isla, a la que llega con 18 años en 1891. Contrae matrimonio con Clara O’Farrill, con la vive muy modestamente; de su numerosa prole, sólo van a sobrevivir cuatro. Con alguna fortuna vuelve a Vigo, tras la primera guerra mundial, en un momento de especial crecimiento de la actividad industrial. Tras diversos avatares, nuestro personaje va a descubrir en un viaje a Alemania las posibilidades de negocio de la loza y la porcelana, y con otro socio, Manuel Rey, funda la empresa Álvarez y Rey, S.L., que importa y vende productos de porcelana y cristal. Poco después, los socios se separan y nace, por fin, Manuel Álvarez e Hijos, S.L. (MAH). El padre será el socio capitalista, y sus hijos, Manuel y Moisés, socios industriales. La vida de Manuel Álvarez recuerda mucho a la de otros ourensanos famosos, como el ya recordado aquí Isaac Fraga, el de los cines y los teatros.

Moisés Álvarez era un interesante personaje, de aspecto mulato y gran preocupación, me consta, por la formación de sus jóvenes trabajadores dedicados a la decoración de las vajillas entre los que conocí a singulares artistas. El tiempo no se detiene. Hace ya 20 años que desapareció el Grupo de Empresas Álvarez, que contó con tantas secciones. Las deudas y la mala gestión se la comieron, aunque algunos gustan de echar la culpa a las huelgas del 72. Todavía salen a mi encuentro, hurgando en el archivo, fotos de aquellas visitas a las que íbamos los periodistas en diversas épocas. Recuerdo que, en una ocasión, cuando nos mostraban la vajilla para El Pardo, casi rompo una salsera. Luego, cuando adquirió la empresa el INI con Sodiga nos convocaron varias veces para exponer los programas de esperanza salvadora de aquella parte esencial de la historia industrial de Vigo. Estuve presente cuando un ejecutivo procedente Segarra, la fábrica de calzado, nos presentó el plan del Estado para salvar el grupo. Otro día cuento una anécdota sobre Franco que me contó este personaje que le llevaba personalmente el calzado de serie que usaba el caudillo.

La crónica de aquel gran grupo anotó disponer de nueve fábricas y 4.200 trabajadores, pero el comienzo del fin se debe a un error táctico, su propia red de tiendas. Llegó a tener treinta y seis, pero como estos establecimientos hacían la competencia en su propio espacio a sus propios clientes del producto manufacturado, los grandes almacenes que adquirían grandes cantidades de sus productos dejaron de comprarlos, y la empresa se fue descapitalizando, cosa entonces incomprensible. Pero hasta este revés, el crecimiento de la empresa fue exponencial y abrió mercados en el Reino Unido, Suecia u Holanda, e incluso exportaba a Estados Unidos, Australia o Canadá. Ni el INI ni Sodiga ni unos industriales valencianos lograron salvarla. Sus viejas instalaciones en Vigo y otros lugares eran y son los despojos de lo que fue un gran grupo industrial y la obra y el sueño de un ourensano que mereció mejor suerte.

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