Opinión

El cabo Jordán, de héroe a “casi” villano

Foto Chao 1921. Cedida por la familia. Base aérea, en la Guerra de Marruecos.
photo_camera Foto Chao 1921. Cedida por la familia. Base aérea, en la Guerra de Marruecos.

Llegaba tarde. La solución a la cuestión colonial de las islas en América había sido un desatino. Mientras para algunos todo era culpa de las logias masónicas, los territorios díscolos luchaban para emanciparse de la tutela -al igual que hijos que alcanzan su mayoría de edad- de la madre patria. Ni el estado de Sitio, ni el indulto, podían parar lo que ya era un vendaval. Ni siquiera los cambios de quién gobernaba la nave, evitaron el naufragio. Blanco había sustituido, como gobernador en Cuba, a Weyler, y Primo de Rivera a Camilo Polavieja, en Filipinas; la mano dura había dado paso al diálogo, mas, el machete separatista no tenía vuelta atrás. Se ganaban batallas, sí; pero, pírricas. Ya tan sólo quedaba lugar para la épica. En este escenario, la supervivencia hacía héroes. Y, el cabo ourensano Jordán fue uno de ellos.

A pesar del escepticismo que mostraba el periódico El Eco de Orense, en cuanto a su origen, en apenas unos días, se zanjaba el debate. El Eco de Galicia, adelantaba datos de los diarios El Derecho o La Caridad, sacados de la partida de nacimiento del joven militar. Claro que, en las postrimerías del siglo XIX, la familia, por motivos profesionales ya había abandonado la capital. Aun así, no cabía duda ni de que era hijo del músico Salvador Jordán, y de Isabel Doré, ni de que aquel joven militar había nacido, en la ciudad de las Burgas, en la casa número 4 de la plaza del Corregidor, en tiempos de Amadeo I, “el Breve”; ni siquiera de que, luego, fuese bautizado en la parroquia de Santa Eufemia.

Por supuesto; la movilidad familiar había estado sujeta a la profesión del padre. Era músico en la Armada, y, aunque había servido, primero, en la fragata Esperanza, y, luego, en la corbeta Villa de Bilbao, también, en ocasiones, se ganó la vida como afinador de pianos. Pese a todo, tras pasar unos años entre Pontevedra y Ferrol, en 1888 es destinado a Cartagena para hacerse cargo de la dirección de la banda de los tercios de infantería de Marina. Al cesar como director, regresa a la ciudad del Lérez, en donde se dedica a la enseñanza hasta que una grave afección ocular, no sólo lo deja ciego, sino que también acaba con sus ahorros. Finalmente, se establece en Madrid, en la calle del Arco de Santa María, en donde sobrevive gracias a la suscripción que abre, con 100 pesetas, el mismo periódico -La Caridad-, que publica los datos de la partida de bautismo de su hijo.

Paradojas de la vida, mientras su padre sufría el infortunio del destino, el cabo Salvador Jordán Doré desafiaba, con coraje, a la fatalidad. Con apenas veintidós años, la prensa nacional, ya hacía mención especial a su proeza. Ensalzaba su figura por el valor que había demostrado en la lucha contra el fuego en una finca situada en las Heras, en las inmediaciones del cuartel de Leganés. Pudo ser una tragedia. Pero el joven, con arrojo, sin más medios que unos cubos de agua, en condiciones críticas por el fuerte viento reinante, había sido capaz de liderar a un grupo de compañeros del regimiento Covadonga, y de extinguir unas llamas que no sólo ponían en peligro la propiedad de Román Clooca, sino también la vida de los demás vecinos.

Pronto, era destinado a Filipinas. Allí, a principios de 1897, destaca en la batalla de Mindanao y en la defensa del fuerte Victoria. En puestos de vanguardia, unos meses más tarde, al mando del destacamento, compuesto por 15 soldados -avanzadilla de una columna de tiradores de Agusón que estaba bajo el mando del teniente coronel Germán Brandeis- en el poblado de Las Nieves, vuelve a dar muestras de su heroicidad. A las tres de la madrugada del 6 de abril, defiende, con su vida, la casa-cuartel contra los insurrectos. Resulta herido, pero se hace merecedor junto a otros dos soldados, Morecillo, y Satmil, de la cruz laureada de San Fernando. Si primero, la hazaña del fuerte Victoria, lo hacía acreedor del ascenso a sargento, ahora, la bizarría en la defensa de Butuán, lo proponía para 2º teniente. El propio batallón reconocía los méritos de unas gestas que, de repente, se viralizaban, en la prensa. Incluso Ourense festeja los actos heroicos de su convecino a quien lo considera no sólo un buen militar, sino un mejor cristiano.

Con todo, aquel espíritu de cruzada que unía la cruz y la espada, no trajo la victoria. En el Tratado de París, los filipinos cambiaban de amo -hasta el 4 de julio de 1946, EEUU no reconocía su independencia-. Ya no eran sus enemigos los frailes, sino los yanquis. Eso sí, el honor patrio, en seguida, buscó la revancha en África. En 1909, muchos militares, entre ellos, Salvador Jordán, se presentaron voluntarios para la campaña del Rif, sin percatarse de que los tiempos habían cambiado. Su hermana Leonor -profesora Titular del Centro Gallego-, se dio cuenta de ello al solicitarle el indulto. El otrora héroe, de repente, había sido procesado, en Melilla, por dirigirse de forma irrespetuosa a su coronel, al pedir la cruz de Beneficencia para un sargento de su destacamento. El Consejo de Guerra que le habían hecho, lo condenaba a nueve meses y cinco días de prisión militar, a un tercio de sueldo y a la postergación. Y no sería el último. En apenas tres años, tras pasar por la prisión de Santoña, comparecía en otro, en Barcelona, por sustracción de documentos. Posteriormente, la reyerta en Vigo, en 1924, entre tranviarios y exploradores, del que era capitán, por fortuna, le hizo cambiar la espada por la pluma. Ciertamente, América lo había hecho un héroe. Pero tras lo acontecido en África, todos los males parecían conjurarse para convertirlo en “casi” un villano.

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