Opinión

El humanismo evolutivo

Un silencio sepulcral se extendía como un manto protector sobre la villa, todos dormían o al menos esa era la sensación que se trasmitía al filo de la madrugada. Como un fantasma trasgresor, el viejo reflexionaba; lo hacía caminando lentamente entre las sombras de las viviendas que protegían el sueño reparador de una noche de ágapes fraternales. Pensó que la esperanza de un año mejor alumbraría los deseos de todos los habitantes de la decadente villa. Cada año la fiesta navideña le hacía recordar a aquellos que habían partido hacía la nada energética. Ricos y pobres; felices y desgraciados; jóvenes y viejos; feos y hermosos; buenos y malos… todos comparten el destino de los que viven y han de morir. Cuántos lo habían hecho en la desesperación de una angustia irreprimible; otros, en la serenidad de la aceptación del destino inexorable; quizás muchos se refugien en una fe protectora que les promete la felicidad eterna. Dudaba que alguien creyese en la perennidad de un alma consciente, fruto de una evolución científicamente comprobada. El viejo andaba cada vez más despacio y sus reflexiones empezaron a ser interrumpidas por el ruido de los camiones que recogían las basuras acumuladas en las últimas veinticuatro horas. Alzó los ojos y observó en un balcón una imagen del niño Jesús con un texto que le extrañó por contradictorio: “Dios ha nacido”, “Feliz Navidad”. ¿Cómo es posible que un creyente admitiese un dios con principio de existencia? ¿Confundían a Jesús como hombre con el Cristo hijo de Dios? ¿Eran herejes sin saberlo o blasfemos conscientes? Llegó a una dudosa conclusión, los humanos buscan en sus dioses lo que no son capaces de encontrar en su interior; es en uno mismo donde está la respuesta.

Habían pasado dos cortas horas cuando llegó al portal de su casa; estaba fatigado, sudoroso y levemente ansioso. No eran solamente los teístas los que habían construido un edificio protector que diera sentido a su vida, los ateos también tenían sus creencias basadas en un humanismo científico; hasta ahora ambas coincidían en admitir la supremacía de los humanos sobre el conjunto de la Naturaleza a la que subordinan a sus deseos y necesidades. Unos se basan en la Biblia para justificar sus acciones, muchos adoran al dinero y al poder que emana de su falsa valoración, otros idolatran a líderes totalitarios y los momifican para que perduren en el recuerdo. De lo que no cabe duda es que todos ansían la inmortalidad. Se metió en la ducha, el agua tibia acarició su piel y le produjo una sensación placentera que serenó su espíritu.

En su casa todos seguían durmiendo. Abrió el libro que reposaba en su mesilla de noche, era un grueso ejemplar de Yuval Noah Harari, “Homo Deus”, se lo habían regalado sus hijos. Lo ojeó durante unos instantes y lo devolvió a la mesilla. El autor defiende el humanismo evolutivo como patrocinador de los valores de la ilustración, la racionalidad crítica, la libertad y la justicia social y niega que la humanidad sea la causa final de la creación, sino una casualidad de la evolución natural. Esta nueva teoría en el mundo occidental tal vez supondría un mayor respeto a otras manifestaciones de la vida o seguiría siendo instintivo el destruir todo aquello que no se somete a la voluntad del Homo sapiens; también se pueden justificar brotes de nazismo de triste recuerdo. Recordó como se mata a los insectos, como se cazan mamíferos, como se destruyen los bosques, como se esquilma el mar, por no hablar de la batalla contra las baterías y los virus. 

El humanismo evolutivo tendrá un final, hoy desconocido, tal vez el “post Homo sapiens” salga de la tecnología y la inteligencia no sea exclusivamente humana. También puede suceder que el Cosmos decida que la Tierra deje de existir. Acaso el Planeta expulse a quien tanto daño le hizo. El viejo cerró los ojos y sonrió; la villa despertaba de su letargo reparador.

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