Opinión

Mercenarios virtuales al servicio del poder

Cuando el Viejo Milenario era impúber le entusiasmaban los tebeos, denominación que los pequeños lectores aplicaban a todos los cómics con anterioridad a los años 60. Entre los más populares le gustaban aquellos en los que el protagonista defendía las causas justas, enfrentándose con valentía a los infames defensores del mal, que en la realidad estaban representados por los moros, los comunistas, los judíos, los masones y los ateos, todos ellos reos de traición y perseguidos en defensa de la Patria. Lo aparentemente extraño era que los creadores de los héroes virtuales no tuviesen como adversario al perjuro traidor que ejercía su poder en territorio español, sembrando el terror, la injusticia, el hambre y la ignorancia. Sin duda los censores valoraban otras virtudes que se podían asociar a la pintoresca figura de un bufón que dirigía con pueril crueldad los destinos del país contando para ello con la ayuda de una pléyade de alienantes semidioses. Destacaba entre ellos un alquimista indio procedente de Alemania de nombre Savarpoldi Hammaralt. Amigo de Nicolás Franco, llegó a Salamanca con la “piedra filosofal” capaz de convertir cualquier objeto en oro con la única condición en que había de destinarse a una buena causa. El dictador, entusiasmado con la idea de llenar las arcas de oro, le facilitó los laboratorios de la Facultad de Ciencias. El estafador tardó varias semanas en ser descubierto por el almirante Canaris; desapareció y nunca se supo de él (“Con Franco vivíamos mejor”, de Carlos Barciela). 

De los mercenarios virtuales al servicio de la Patria, sobresalía el Capitán Trueno por su atemporalidad, su pestilencia (era extraño que él o sus compañeros cambiasen de ropa), su castidad inquebrantable, lo que le permitió rechazar la relación con mujeres hermosas que le ofrecían su amor a cambio de nada), su inalterable amor a la patria, su violencia, su desprecio por el dinero. Buscando en el baúl donde guardaba las reliquias de la lejana infancia, el anciano recuperó la vieja colección del “El Capitán Trueno”. El prototipo de héroe español que impartía justicia en todo el planeta Tierra, siempre acompañado de sus inseparables subalternos y a la vez amigos Goliat y Crispín, a los que habitualmente acompañaba la casta y virginal reina vikinga, Sigrid (la Dulcinea del Toboso del intrépido Capitán), que amándose profundamente nunca mantuvieron relaciones “pecaminosas” a pesar de que las ocasiones fueron infinitas.

A este singular grupo lo podemos considerar como un antecedente de los marines del ejército de EEUU, que intervienen en todos los conflictos para imponer el orden de la “Paz Americana”, imitando al imperio romano que impuso por la fuerza la “Pax Romana”, la antítesis del lema autárquico “Santiago y cierra España”. Nuestro héroe inicia sus aventuras participando en la Tercera Cruzada (1189-1192), a las órdenes de Ricardo I de Inglaterra, conocido como Ricardo Corazón de León. Los musulmanes, al mando del mítico sultán Saladino, fueron derrotados en la batalla de Jafa; cuentan las crónicas que los mahometanos tuvieron 720 bajas frente a las dos únicas bajas de los cruzados. ¿Fue la bravura del Capitán Trueno y de sus inseparables Goliat y Crispín la artífice de tan aplastante victoria? El resultado final se puede considerar como un empate ya que se estableció un acuerdo entre los líderes de los dos ejércitos que permitió a la cristiandad visitar Jerusalén con total libertad aunque estuviese bajo control sarraceno. Duró la friolera de un siglo. La batalla de Jafa supuso una contradicción política, ya que en el terreno de los dominios de Tierra Santa, los cruzados dejaron en manos de los sarracenos el control militar, pero gozaron del privilegio de poder visitar cuantas veces quisieran los lugares sagrados de su religión. En la actualidad los musulmanes son sometidos por la Estrella de David amparados por un Muro donde los sionistas se lamentan de que el Golem se haya reencarnado en Netanyahu y aniquile la anomalía palestina demasiado tarde.

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