La crisis económica actual pone de manifiesto donde radica el auténtico poder en un mundo globalizado. Hasta hace poco el Estado podía intervenir en los asuntos económicos considerados de vital importancia para un país. Hoy todo indica que ese poder ha pasado a la banca internacional, que lo ejerce sin pudor alguno. Estamos, pues, ante una gran paradoja: los causantes de la actual debacle económica salen indemnes, cuando no fortalecidos. Es el propio Estado quien acude a socorrerlos con dinero de todos. ¿Quién entiende eso?
'Nada sin el estado' -proclamaba Mussolini-. Hoy no se pretende el retorno a ningún totalitarismo. Ahora sí, de la necesidad de que el Estado -representante de los intereses comunes- esté por encima del poder del dinero, de esto pocos dudan. Aquí cabe una pregunta: en las circunstancias actuales, ¿puede un solo estado nacional enfrentarse a los intereses de una plutocracia internacional?
Tenemos un ejemplo al respecto. En Francia, el presidente François Mitterrand lo intentó nacionalizando la banca. ¿Resultado? Tuvo que dar marcha atrás. El poder financiero internacional se aprestaba a la yugular de la economía gala.
