Opinión

Espectros en moto

Fue el otro día. Allá estaba tranquilo en su tumba Ben-Cho-Shey. De pronto alguien golpeó en el mármol: “Despierta Xosé Ramón, despierta, que tengo nuevas para ti”. Era su compañero de sepulcro que le llamaba excitado. “Mira, acabo de enterarme que hoy van a hablar de ti en el Liceo, y como sé que no te gustan los homenajes, si quieres vamos juntos allí y les montamos un follón”.

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Ben-Cho-Shey sacudió el ya desarrapado pulcro traje. “Otra vez, vaya pandilla de cabrones. Mira que dejé órdenes minuciosas de que no me molestasen, y que para nada me alabasen”. Su compañero difunto dijo: “Tienes razón, con lo calentitos que estamos aquí dentro”. Pero Xosé se yergue y dice imperioso: “Compañero, ha de venir conmigo al Liceo a ver qué dicen esos fulanos de mí”. 

Allá salen los dos. Qué suerte. En la puerta del cementerio de San Francisco hay una motocicleta. Xosé Ramón dice: “Conduce tú y yo voy de paquete”. De pronto, Xosé Ramón le dice “Espera un momento, que se me olvidó algo”. Al poco rato llega Ben-Cho-Shey con la lápida al hombro.

“¿Pero para qué traes eso, compañeiro?”. Enseguida responde. “Es de noche y no vamos a ir indocumentados. Además podemos darle en la cabeza a alguno de esos parlanchines. Y que sepas que allá en el Gurugú aprendí a usar la gumía”. El compañero lo mira extrañado. “La gumía es el arma blanca de hoja corta, ancha y algo curva con que los rifeños degollaron a muchos miles de paisanos”.

Conque la moto circula por la ciudad. La noche los pone alegres y canta Xosé Ramón la copla que le escuchó a un soldado mutilado: “Melilla ya no es Melilla./ Melilla es un matadero/ donde se matan los hombres/ como si fueran corderos”.

Hasta aquí, hermano lector, esta parte de la historia. De toda la obra de Ben-Cho-Shey, me producen una honda ternura las cartas y textos que envió en los años que estuvo en la guerra de Melilla. Él llegó a África justo después de la mayor tragedia de nuestras tropas. Ay, cuántas madres lloraron en España. Qué bien contó él los días posteriores. Era el 23 de julio de 1921. Recuerde el hermano lector: el general Silvestre había conquistado cuatro cabilas y terreno inhóspito. El torpe rey le escribió: “Vivan los hombres valientes”. Ah, eran trece mil soldados y él los llevó a la muerte. Annual, el desastre de Annual. No está de más recordarlo: cuando meses después llegaron las tropas españolas, allí estaban los restos degollados, crucificados, abiertos en canal. Un teniente dijo: “Ahora el infierno me es cosa familiar”.

Cierto, Ben-Cho-Shey fue polifacético, lleno de extraños saberes que escribió Cela: humorista, periodista, epigrafista, numismático, filósofo, afilador, hojalatero, etnógrafo, creador de los “maios”, sabedor del barallete, escritor, un auténtico hombre del Renacimiento. Cuenta su biógrafo Paco López-Barxas que amaba tanto el gallego que si a lo largo del día no escuchaba nuestra lengua seguro tenía insomnio.

Pero quiero insistir en sus “Crónicas de Marruecos”. Hemingway no describió mejor la guerra española. Porque Xosé Ramón reflejó la verdad no oficial. La arrogancia de los oficiales con chófer, limpiabotas y asistentes. Las zapatillas zarrapastrosas de aquel ejército novato, inadecuadas para el terreno africano. Los soldados analfabetos que apenas sin instrucción arribaban Melilla: sus jefes los enviaban sin contemplaciones a primera línea. Los “reservistas” a los que llamaban de nuevo para retomar las armas. Cierto, también tuvimos nuestros héroes. Aquella bandera de la Legión que recorrió cien kilómetros en poco más de un día para salvar Melilla.

(Claro que sí. En un pispás llegó la moto con los dos espectros a la puerta del Liceo. Se sentaron al fondo. A medida que el moderador y sus acompañantes de mesa decían alabanzas, el rostro de Ben-Cho-Shey cambiaba de la palidez al enrojecimiento. El compañero muerto le dice: “No te enfades, hermano. Por lo que comentan, el libro parece bueno”.

Ben-Cho-Shey está muy cabreado. “¿Pero es que no leen mi epitafio? Qué fulanos, no respetan ni a los muertos, lo dije bien claro: ‘Quedan suprimidas tódalas homenaxes post mortem porque as cousas ou se fan a tempo ou non se fan”.

El compañero tira de él. “Vamonos para San Francisco que allí estamos calentiños”. Pero Ben-Cho-Shey no se aplaca: “Mira tú que son cabrones, quieren dedicarme el Día de las Letras Gallegas. Allá voy, a darles con el mármol en la cabeza”. El compañero lo sujeta por la chaqueta: “No lo hagas”. “Bueno, hoy los dejo, pero si se atreven con eso de las letras gallegas voy con una ‘gumía’ mora a por su cuello”.

La moto regresa veloz al cementerio de San Francisco. Hay luna y la noche parece animar al gran hombre, que canta: “Ni me lavo, ni me peino,/ ni me pongo la mantilla/ hasta que venga mi novio de la guerra de Melilla”.)

Nota: "Ben-Cho-Shey inédito", de López-Barxas, recomendable.

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