Opinión

La vida es perra

Ayer estuve en el café de Luis Soria. Ah, Luis, el viejo entrenador de todos los equipos de la provincia. El más querido. Tan entrañable. Tan escéptico, es de la estirpe de los que piensan que el hombre no es una especie de fiar.

Te cuento. Cielos, tenía yo 16 años camino del cielo. Ya tenia fascinación por los burdeles. La gitana que me echó las cartas me previno: me dijo con espanto que lo mío era escribir. Cuando se lo dije a López Cid, me respondió: “No temas, acepta tu destino, las cosas en el mundo suceden para que alguien las cuente”.

Luis de aquellas entrenaba al Couto, un poderoso equipo que competía con el Ourense. Yo me dejaba caer por este periódico. Un día el cronista de fútbol enfermó. El inolvidable Segundo Alvarado me llama, autoritario: “Chaval, mañana a las nueve estate en el estadio; vas con el equipo y nos telefoneas la crónica. Espabila”.

El poeta dice: “Suma las veces que dice miedo y...” Pero allí aparecí. Luis, cálido, me tomó del hombro y subí al autocar. Así me hice cronista deportivo. Alguna vez cambié los senos de una chica por asistir al partido. Relaño, director de “AS”, compañero de estudios, me contó que había cazado a algún “enviado especial” con un gran equipo: se perdió en los tugurios de una ciudad extranjera y se inventó la crónica, como alguna vez hice yo.

Aquel domingo, cuando llegué al autocar, vi a Luis muy serio. Era un partido importante. Estaba preocupado por un jugador. El futbolista, empalidecido, huía de sus compañeros, se sentó atrás solitario, mirada agresiva y extraviada. Pregunté, nadie sabía qué fatalidad le rondaba.

El campo estaba embarrado y se jugó bajo un diluvio. Lo veo ahora: cómo corrió aquel hombre que llevaba una sombra lorquiana atada a la cintura. Aparecía aquí y allá, transitaba endemoniado, embestía al rival como poseído.

(“Dichoso el que olvida el porqué del viaje”, escribió Machado. Pasó el tiempo. Aquel jugador no volvió con el equipo. Cuentan, cayó de bruces en los brazos de la soledad y la bebida. Por fin, alguien me reveló el folletín de sus calamidades. Dicen que uno tiene su madre y sus enemigos: encontró a su mujer en brazos extraños.

Luis me mira pensativo: “A veces la vida es perra de verdad”.

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