Opinión

Sociedad vigilada

La obsesión por la vigilancia, por la seguridad, está volviendo a colocar en el candelero el Estado policía. Cuestión que pensábamos había sido superada y que por efecto del terrorismo internacional y el crecimiento cuantitativo y cuantitativo de la delincuencia, hoy aparece en el primer plano de la actualidad. Es la excusa para la instauración de un auténtico sistema generalizado de vigilancia y control que, en un contexto de grave crisis económica, sume a las personas en una situación de indefensión y temor que les impide expresar con libertad y responsabilidad su rechazo a lo que pasa.


Las recientes noticias acerca del espionaje global, no desmentidas, explican a las claras le deriva que está tomando en nuestro mundo la tensión entre libertad y seguridad. So capa de conocer ciertas informaciones que se consideran estratégicas para la seguridad del Estado, se termina aceptando y asumiendo prácticas inaceptables de  vigilancia masiva de la población. Vigilancia que, cuando se tolera, conduce inexorablemente al uso político e inconfesable del espionaje. Algo que estos días estamos conociendo sin que se haya producido a nivel global una proporcional reacción ante la comisión de tan graves delitos.


Si a eso añadimos que los buscadores de internet disponen de un banco de datos acerca de cómo somos, cuáles son nuestros gustos o aficiones, qué temas más nos interesan, que periódicos o revistas consultamos, resulta que es posible intentar moldear u orientar, al menos intentarlo, nuestras opiniones. Cruzar los datos del IP de nuestro ordenador con los datos del email o de los formularios que rellenamos explica por qué  recibimos  determinadas páginas web con más o menos frecuencia o los anuncios que llegan a los teléfonos móviles.


Se habla y se escribe de transparencia por doquier y desde el poder público o financiero se nos advierte de las ventajas de que las instituciones sean cajas de cristal. Sin embargo, nunca la intimidad de las personas ha estado más inerme frente al gran ojo que todo lo ve, que todo lo escruta, que permanente está al acecho sin que nosotros podamos verlo. Es el modelo del centro penitenciario ideado por Bentham en el siglo XVIII: el vigilante ve todo lo que acontece en la cárcel, eso sí, sin ser visto.


Foucault hace bastante tiempo señaló que vivíamos en una sociedad vigilada en la que la soberanía del pueblo ha sido sustituida por minorías que asumen, más o menos sutilmente, el control de la población. Se nos advierte desde las distintas tecnoestructuras qué debemos consumir, qué debemos leer, hasta qué es lo bueno y lo malo. En este ambiente, hoy bastante próximo, sin una elevada conciencia cívica, sin un compromiso democrático fuerte, los ciudadanos entramos al juego e interpretamos un determinado papel que nos aleja, y de qué manera, de la posición central, capital, que tenemos en el orden político, económico y social de un Estado que se define como Social y Democrático de Derecho.


Internet, como señala Innerarity, no es gratis total. Cada vez que ingresamos en la red estamos colaborando a la gran industria de la vigilancia y el control. Sin embargo, ¿quién es capaz hoy de trabajar sin estar conectado a la red?, ¿quién es hoy capaz de renunciar a la información que proporciona la red?, ¿es justificable el precio que estamos pagando por el uso de la red?

Te puede interesar