Opinión

El circo de Mariano

La primera parte de la biografía política de Mariano Rajoy se puede sintetizar en una frase: estaba siempre en lugar preciso en el momento oportuno. Como dijo una vez Felipe González de José Luis Rodríguez Zapatero, tenía baraka cada vez que se producía un movimiento de tierras en el Partido Popular. Cuando Fraga lo expulsó del paraíso galaico, Pío Cabanillas, a la sazón consejero áulico de un joven Aznar, lo adoptó como partener de sus espectáculos políticos. Pío es que ha sido uno de los mejores ventrílocuos que ha dado este país, oye. Siempre tenía a mano un Rockefeller, una doña Rogelia, como José Luis Moreno y Mari Carmen, para que dijesen en voz alta, je, precisamente aquello que él estaba pensando en voz baja.


Bajo la sombra alargada de Cabanillas Gallas, MR fue escalando de planta en planta el Everest de la calle Génova, hasta quedar arrimado al buen árbol de un Josemari que iba como una moto hacia La Moncloa. En aquel tiempo, manejó bien los hilos del partido, la logística electoral y la ingeniería de caminos que permite a los challengers el acceso a los medios de comunicación. Y, bueno, aunque en la actualidad pueda parecer ciencia ficción, entre sus más leales confidentes se encontraba por aquel entonces el mismísimo Federico Jiménez Losantos, lo que yo te diga, casi siempre en compañía de Antonio y Luis Herrero.


Cierto es, señores del jurado, que Mariano ayudó mucho a las dos victorias sucesivas de aquel muchachito de Valladolid: al césar lo que es del césar. Pero también fue recompensado con sucesivas carteras ministeriales y vicepresidencias de Gobierno, como los buenos soldados de Napoleón aseguran que llevaban un bastón de mariscal en sus mochilas. Luego, cuando Aznar se retiró de escena y le dio la bendición urbi et orbi para ser su alternativa, se encontró de repente con un ejército decidido a ayudarle a alcanzar una derrota. Sobre todo, sus generales, sus Zaplanas, sus Pujaltes, sus Acebes, con sus medallas’ de la guerra de Iraq y su ‘estrategia del calamar’ diseñada para combatir los efectos del 11-M, es que le dieron talmente la puntilla, oye, mientras resonaba por la geografía española el viejo proverbio de Manuel Fraga: ‘¡Dios me libre de mis amigos, porque de mis enemigos ya me libro yo solo!’ Hay un Mariano antes y un Mariano después de que Aznar le diese la alternativa. Bajo los escombros del 11-M, de los bombardeos de Bagdad, de la foto de las Azores, yace la baraka mágica de un gallego que, cuando nadie sabía si estaba subiendo o bajando las escaleras, asunto que en cierta forma le convertía en inmune, estaba protagonizando su irresistible ascensión a los cielos populares.


El problema de Mariano es que, cuando al fin cruzó el Rubicón que permite a los mortales convertirse en césares, llegó, vio, pero no venció. La historia le tenía preparado unos ‘idus de marzo’ prematuros, con muchos Brutos y muy pocos Marco Antonios. Su forma galaica de entender la vida, estarse quieto hasta ver, le llevó a los cielos poco antes de hacerle descender a los infiernos. Pero Mariano no es un payaso, como se le ha escapado subliminalmente a ‘la sexta’. Entre otras cosas, porque hace mucho tiempo que no arranca sonrisas de la gente. En todo caso es un hombre que, ahora mismo, cada vez que monta un circo le crecen los enanos, las Esperanzas Aguirre, los Migueles Sanz, los micros abiertos en los que susurra una inofensiva frase genuinamente humana: ¡me espera un coñazo! En realidad no se refería al desfile de El Día de las Fuerzas Armadas, sino a la travesía de su partido por el desierto, aferrándose al dramático maná de la crisis como única arma hipotética de destrucción masiva del espacio ZP.


El exorcista


Ha cogido Emilio Pérez Touriño, y ha anunciado la llegada de unos presupuestos anticrisis. Así, como quien anuncia el descubrimiento de una mina anticarro, una vacuna antisida, un exorcismo contra un ente tan desconocido, incontrolable e incontrolado como el de la dichosa recesión. Ha cogido el hisopo de los números, las partidas, los capítulos uno, la cosa presupuestaria, y se ha puesto a gritar con luz, taquígrafos y chicos de la prensa: ¡aparta, Satanás! Pero, ¿qué son, cómo son, de qué manera pueden aliviar las penurias de mi pueblo y mi gente unos presupuestos anticrisis? Por lo poco que ha ido desvelando, sabemos ya que van a favorecer las políticas sociales, que es una cosa que siempre suena muy bien en los ensayos teóricos, pero que nunca acaba de ajustarse a las partituras en el trascendental momento de su ejecución. Quiero decir que, lo social, es un asunto que requiere el cumplimiento de muchos requisitos: la justicia, la equidad, el reparto proporcional, la inmediatez, el acceso de todos los seres humanos, sea cual sea su religión, su ideología, su condición, el color del carné de su partido y el lugar geográfico donde habita. Lo social suele ser antitético a lo político, porque las sociedades han quedado divididas en buenos y malos, de los nuestros y de los otros, según el color de los cristales a través de los cuales contemple la vida el poder. Pero es que van a favorecer simultáneamente las políticas de empleo, que es una cosa que siempre ha dejado absorto a un servidor.


Quizás el poder dispone de una varita mágica capaz de sacar empleo de las piedras o de los corazones como idem de muchos empresarios. Quizá, simplemen te, ha recibido el don de la hipnosis colectiva, y es capaz de revertir los procesos empresariales de despido en procesos de contratación. Y todo ello, claro, pagando al personal de la Xunta, los coches oficiales, los gastos de representación, los sueldos de los altos cargos, los gastos de los ‘chiringuitos’, la dichosa ciudad de la cultura, el bombo y el platillo electoral, las pompas de los actos institucionales, las infraestructuras pendientes de Ordenación del Territorio, los compromisos adquiridos y cosas así. Más que de unos presupuestos, el señor Touriño nos estaba hablando talmente de un milagro parecido al de los panes y los peces. Pero ha sonado bien, mesiánico, redentor. A Touriño no le quedaba más remedio que presentarlos de esta guisa en sociedad y, a nosotros, los gallegos, no nos queda otro remedio que creérnoslo. Aunque sólo sea para poder dormir tranquilos un par de días, un par de semanas, un par de meses. Ya llegará después la triste y cruda realidad. El exorcista de Monte Pío, para evitar posibles idus de marzo, nos ha sacado por unos días el miedo del cuerpo por el infalible método de hacer oídos sordos a los funestos oráculos de Delfos.


Cajas


Algunos casamenteros se han empeñado en unir en santo matrimonio a las cajas. Que compartan juntas el pan y la cebolla en tiempos de crisis. Ja. Hombre, no sé. En todo caso compartirían comisiones, políticas crediticias, territorios de tiburones donde, el hombre, ustedes y yo, vamos, los pobres mortales, nos podríamos llevar más cornadas financieras que José Tomás en toda una temporada taurina. Cuando más grande es el morlaco financiero, más peligro corremos de ser víctimas de una cogida. Por lo menos, ahora, puedes irle a la caja del sur con el mismo cuento y las mismas cuentas que a la del norte, o viceversa, con la esperanza de que una de ellas te proporcione un final feliz, ay, cuando la otra te haya dado con la puerta en las narices. Pero es que, juntas y revueltas, sin el airbag de la competencia velando por nuestra integridad financiera, se me viene a la cabeza el final del viejo chiste: que tes que morrer, Pepe...


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