Opinión

Campeones del mundo

Querido compadre Itxu:

Recibo tu carta con enorme alegría. No por el hecho de que me escribas, pues eso me obliga al fastidio de responderte, sino porque es la primera vez en años que recibo una carta que no sea una factura. Mi buzón es un contenedor de notificaciones, miserables recordatorios de que cada día me cuesta más caro vivir peor. Es un soplo de aire fresco recoger la correspondencia y encontrar un folleto de comida china a domicilio o incluso una carta de un amigo.

Ya nadie envía cartas. El móvil, convertido en interruptor de nuestro cerebro, se cargó la costumbre de cartearse y la sustituyó por los grupos de Whatsapp, a cuyo inventor habría que fusilar al amanecer en la provincia de Huesca. El hombre creó el móvil y lo dotó de cámara, música, despertador, agenda y GPS, entre otros accesorios para hacernos la vida más fácil. Que nos lo digan a los que ya peinamos canas, obligados a hacer cualquier gestión bancaria a través de una cosa llamada “aplicación”, que sirve para tenerte entretenido todo el día y que no vayas a la sucursal a dar la murga. Otro día me extenderé en las excelencias del móvil y la madre que lo parió, pero hoy me preocupa el acre aroma de tus palabras. Si desde Galicia veis oscuro el futuro, imagínate cómo andaremos por Madrid que ha tenido que venir un gallego a poner paz y a constatar que rara vez se ha visto un “casado” que mande.

No obstante, querido amigo, tenemos razones para ser optimistas. España, otrora próspero imperio, llevaba siglos padeciendo el síndrome del “don nadie”, el castigo de la indiferencia, sin despuntar en nada, sin pintar ni a copas, sin distinguirse en ámbito alguno más que en aquel lejano mundial en el que Iniesta nos devolvió cien gramos de orgullo. Eso ha cambiado, Itxu. Hoy somos un país que cada día bate un récord. Cuando no es el kilowatio hora, es la inflación; cuando no es el precio de la gasolina, es el del gas; y cuando no es el déficit público es el consumo de ansiolíticos, cuyo máximo histórico se alcanzó esta semana, sin duda a causa de la emoción que nos produce tanto éxito patrio.

Cierto que es peligroso encender el microondas (sólo a ti se te ocurre hacerlo) o pasar cerca de una gasolinera. Cierto que algunos pensábamos que el polvo sahariano sería una noche loca en el desierto y ha resultado ser una tormenta de arena de Marruecos. Pero al menos ya hemos descubierto al culpable de todos nuestros males: Putin. Ahora ya sólo hay que eliminarlo. El mejor modo de acabar con él es traerlo a España y hacerlo autónomo, me decía ayer un amigo. Ahí le dejo la idea al Gobierno, que ha lanzado un mensaje de tranquilidad. Supersánchez acude al rescate. ¿Qué puede salir mal? Esto te lo arreglo yo en un pispás con un comité de expertos. ¡Sujétame el cubata!

Espero que mis palabras sirvan para mejorar tu ánimo y puedas ver una señal de luz en el cielo. No es una estrella. Parece ser un meteorito que podría impactar con la Tierra el 6 de mayo.

Cuídate. Abrazo.

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