Opinión

Los murmuradores

El papa Francisco, alejándose muchas veces de los grandes temas teológicos, aterriza en las cosas concretas del vivir diario. Sobre todo en sus alocuciones de los miércoles y domingos. Y en concreto últimamente ha hablado de las murmuraciones.

Suelo decir que las dos lacras peores son las murmuraciones y, sobre todo, los celos. De ambos defectos ha hablado recientemente. Y, cosa curiosa, ha dicho que gracias a una murmuración de los fariseos les debemos un favor. Porque gracias a ellos Jesús aprovechó para poner tres parábolas. Un grupo de fariseos y maestros de la ley que murmuran contra Jesús: “Este anda con pecadores y come con ellos” (Lc 15). Lo mismo que, al verle entrar en casa de Zaqueo, decía entre dientes: “Se ha alojado en casa de un pecador” (Lc 19,7). Un grupo siempre al acecho, sin quitar ojo para poder criticarle. Sin participar, sin disfrutar cuando hay alegría, sin conmoverse en el dolor, fijándose solo en lo negativo. 

En Caná de Galilea, habrían rechazado la invitación a la boda: pero cuando les llegan rumores de algo insólito comentan: “Menudo disparate poner a disposición de esta gentuza tantos litros de vino. Se van a emborrachar por culpa suya, ya veremos cuántos comas etílicos provoca. Y no digamos lo de haber aparecido llevando a sus discípulos. ¿Es que va a formarlos así, en las ferias del populacho?”.

En Cafarnaún, otro par de tipos resentidos miran la escena de la pesca y murmuran: “Pero en qué estará pensando Simón y cómo se le ocurre hacer caso a ese forastero que hace chapuzas en Nazaret. No tiene ni idea de pesca y ni siquiera se ha enterado de que en este lago se pesca de noche…Pues mira a los Zebedeos, embobados al ver tantos peces en sus redes… Anda que como se les revienten y se les hunda la barca, lo van a tener crudo para remontar el negocio…”.

Sin embargo, y mal que nos pese, dice el papa, hay que reconocerles el favor que nos han hecho estos murmuradores sin fronteras: gracias a ellos Jesús reacciona y se arranca con tres catequesis. Y termina Francisco: “Pues de todo esto nos hemos enterado por gentileza de los murmuradores: ellos tuvieron la habilidad de sacar de quicio a Jesús y dejar emerger la noticia inaudita de su inexplicable afición por nosotros, gente perdidiza y torpe, propensa a recaer una y otra vez en los mismos despistes”.

Por lo que se ve, seguimos siendo muy iguales que los personajes de aquellos primeros momentos del cristianismo. Muy dados a ver los más mínimos defectos de los demás sin caer en la cuenta de que acaso nosotros tenemos iguales o parecidos defectos y malas costumbres.

Es difícil, primero, ser objetivos y en segundo lugar, caer en la cuenta de que los demás tienen un gran cúmulo de virtudes muchas veces superiores a las nuestras. Tenemos que abrir los ojos y mirar hacia delante, hacia arriba sin enfrascarnos en juzgar al prójimo que, además de ser hermano y de carne y hueso como nosotros, tiene derecho a hacer su vida e incluso todas las licencias para también equivocarse.

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