Opinión

Saber convivir

En la visita que el papa Francisco ha hecho a Albania ha sido muy claro y repitió algo que es evidente para el sentido común. Que nunca se puede utilizar la violencia en nombre de Dios. Es la mayor de las contradicciones y el más grave contrasentido. Por eso recordó las masacres que otrora y ahora mismo están sufriendo los cristianos, y en concreto señaló que según le había confesado un miembro del actual Gobierno albano, durante el régimen comunista fueron destruidas 1.820 iglesias católicas u ortodoxas, mientras que otras muchas fueron transformadas en cines, teatros o discotecas.

Es increíble y hoy en el mundo musulmán sigue aconteciendo lo mismo. Por eso hizo un llamamiento al entendimiento resaltando como el gobierno de salvación nacional albanés está formado por musulmanes, ortodoxos y católicos. Este es el camino: "Matar en nombre de Dios es un gran sacrilegio". El pontífice pide una religión auténtica, que sea "fuente de paz, y no de violencia". Porque las religiones están para unir y nuca para enfrentamientos que a nada conducen.

Parece mentira que en un mundo tan globalizado y de incontables avances seamos incapaces de caminar al lado de quienes piensan distinto. La disparidad de criterios enriquece y ayuda, por otra parte, a profundizar y dar buena cuenta de las ideas e ideologías de cada uno. Es necesaria cada vez más una formación sólida con unos contenidos ciertos para que el comportamiento se vea respaldado por lo que decimos creer. Lo demás, por mucho que pululen por doquier guerras y enfrentamientos, creíamos que eran culturas ya pasadas. Pero, desgraciadamente, junto al mundo del progreso y de las nuevas tecnologías, los avances y las incontables cosas buenas siguen existiendo los enfrentamientos que minan la convivencia, destruyen la concordia, agrian las relaciones y en definitiva matan la paz social.

Es en este caldo de cultivo en el que nos movemos en donde nace esta cultura que atormenta. Una sociedad enfrentada y con la sal y la pimienta que la aderezan provenientes de la incoherencia, la corrupción y los brutales enfrentamientos. Una sociedad encrespada y con los nervios a flor de piel nunca puede ser buena.

Vivir y dejar vivir; soñar y ayudar a soñar con el verdadero diálogo y la mano siempre tendida redunda siempre en el positivo progreso social. Y todo ello nunca es nada etéreo. Nace en las relaciones más íntimas y cercanas que son las que configuran en día a día. Pero parece que estamos empeñados en tensar y crispar las relaciones y destruir tanto bueno como tenemos hoy en día.

La esperanza nunca defrauda y por ello seguiremos confiando en que algún día esto se arregle aun cuando nos llamen utópicos.

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