Opinión

El Nobel Paul Krugman, en Vigo

Este martes 27 y el miércoles 28, coincidiendo con el 75º aniversario del consorcio Zona Franca, intervendrán en el Auditorio Mar de Vigo una veintena de ponentes, entre los que Paul Krugman (Albany, Nueva York, 1953) será la gran estrella.

El gran público suele identificarlo como un fuerte crítico de la doctrina neoliberal y del monetarismo y un firme opositor a las políticas económicas de administraciones conservadoras de EE UU, empezando por la de George W. Bush. Lo cierto es que Krugman se considera a sí mismo un liberal moderno: por algo titula “La conciencia de un liberal” uno de sus libros y su blog en The New York Times, el medio donde suele destacar más como columnista global.

Claro que no es lo mismo ser liberal a uno y otro lado del Atlántico. En EEUU, el término liberal generalmente se refiere a alguien que defiende políticas económicas progresistas y un mayor papel del Gobierno en la regulación y provisión de servicios públicos. En cambio, en Europa, el término liberal se asocia a menudo con políticas económicas más orientadas al libre mercado y la promoción de la libre competencia. No es fácil etiquetar a Krugman, ni por esta razón ni por todo lo que lleva investigado y escrito. Y menos aún en clave española, donde a riesgo de simplificar podríamos compararlo, por ejemplo, con Guillermo de la Dehesa, el ex secretario de Estado de Economía con Felipe González, que también fue CEO del Banco Pastor y consejero del Santander.

Precisamente de la mano de De la Dehesa tuve la oportunidad de conocer a Paul Krugman en A Coruña y de compartir con ambos un inolvidable café de redacción. Fue a finales de los años 90 y por aquel entonces Paul Krugman ya era un adelantado de su tiempo; máxime si se le juzgaba desde España, cuya economía aún estaba modernizándose y cuya política empezaba a enraizarse en la socialdemocracia europea, gracias a Felipe González.

Krugman es de los economistas que sitúan las raíces del bienestar económico en tres cosas: Una, la productividad con la que una sociedad combina los factores de producción (y su crecimiento a lo largo del tiempo); dos, la distribución personal de los ingresos, y tres, el empleo. Como todos los grandes economistas, este profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, también profesor en la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres, es una persona llana y directa. Se le entiende siempre lo que dice porque habla claro. También cuando escribe libros de culto como “La era de las expectativas limitadas” (1991) o “¡Acabad ya con esta crisis!” (2012).

El Nobel se lo concedieron por haber explicado los patrones del comercio internacional y la concentración geográfica de la riqueza, mediante el examen de los efectos de las economías de escala y de preferencias de los consumidores de bienes y servicios diversos. Así reza la explicación formal, pero seguramente también se lo dieron por ser tan brillante. Algo poco sorprendente en quien ha pasado por Yale, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), la Escuela Económica de Londres, Stanford y Princeton, y que además es doctor honoris causa por Oxford.

Sus teorías económicas han dejado una marca significativa en el campo de la economía y han generado importantes debates y reflexiones en un mundo donde los desafíos económicos y sociales requieren soluciones sólidas, como las suyas.

@J_L_Gomez

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