Opinión

AL CALOR DEL FUEGO

A Burgos uno la recuerda en verano, de niño, cuando reo de mil horas de autobus era el meollo de todos los líos, versión castellana de “L'Ingorgo”, “El gran atasco”, de 1979¨, con Fernando Rey, Gérad Depardieu, Marcelo Mastroiani y Alberto Sordi. Todo un caos hasta que este país se modernizó -AP-1 y -BU-30 y alejó el tráfico del centro.


Tras las primeras imágenes de contedores ardiendo en medio de la noche, uno -como todos- no pudo evitar la sorpresa, por ser precisamente una ciudad de esas que, aunque generan cosas, como muchas otras, apenas se traslada nada; algún suceso, o tras la resaca del ladrillo, algún embrollo inmobiliario: como muchas otras.


El fuego es cosa seria; en el conflicto vecinal muchos han querido ver conexiones -uno no lo duda- y una determinada causa efecto; en este país todo se está convirtiendo en el paraíso de las conclusiones fáciles, en una realidad de vasos comunicantes que espanta.


Inevitable no pensar por un momento en Canetti, en los mecanismos de funcionamiento de las masas en medio de los conflictos a los que dedicó media vida. “El más impresionante de los medios de destrucción -decía- es el fuego. La masa que prende fuego se siente irresistible”. La masa, hoy más allá de las barricadas está -agazapada- en las redes, y estas lo incendian todo. Nadie sabe dónde está Burgos, pero todos adelantan veredicto para achacar este caso también a la podredumbre del sistema, poniendo en duda todo, desde la gloriosa Transición hasta la democracia y el propio régimen articulado en favor de un sistema bipartidista que “tiene -dicen- secuestrado para sí el poder”, retroalimentándose éste a partir de las élites y el propio funcionamiento de los partidos.


Es evidente que, una vez más, las autoridades no han hilado fino. Sin dudar del hartazgo social, uno discrepa en ese seguidismo, en dejarse llevar y sentir alivio en el estallido social que algunos desean. La visión del fuego es irresistible, pero el fuego lo arrasa todo, y tarde o temprano alguien tiene que apagarlo y volver a domesticar a la masa; aunque de momento el más chamuscado haya sido el alcalde.

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