Opinión

Escupitajos al viento

Imposible no retrotraerse al personaje que se nos ha ido, al mismo que la historia le abre un ventanuco de eternidad al alcance de pocos. Latinoamérica, Venezuela, no ha dado después de Simón Bolívar un líder con tanto predicamento y seguidores. Hugo Chávez, ser hilarante y locuaz, era un ventrílocuo de sí mismo capaz de agitar la superficialidad de las cosas como nadie lo ha hecho. Chávez alternaba personajes a la velocidad de la luz con el mismo crédito que inventó el suyo después del fallido golpe que le aventuró a la cárcel del que se reconvirtió abrazado a un bolivarismo de intención que tras su elección paseó por el mundo ante el asombro del personal.

El líder innegable capaz de aferrarse al marxismo y a la vez invocar a Dios definía su ideología cambiante al ritmo de las melodías de los llanos que interpretaba en cualquiera de los foros, o el de la escupidera que lanzaba calificativos hirientes al viento con impulso incluso a la contra. Sin lugar a dudas fue un personaje grotesco a la par que mal sonante, al menos a los ojos de occidente, capaz de provocar las mayores bajezas hasta desde el púlpito de los organismos internacionales, qué decir de los memorables programas televisivos, pero también querido por una amplia mayoría de venezolanos con los que, al margen de una gestión discutible, conectaba aun a riesgo de irritar y provocar a los que con él no comulgaban. El divide y vencerás le funcionó al límite del existir, hasta el punto de ganar sus últimas elecciones moribundo y ausente.

Es probable que la revolución bolivariana fuera una pantomima más de un ser faltón a rabiar, difícil olvidar la lanzadera de adjetivos arrojados en la cara de un Bush belicoso, tan difícil o más que saber canalizar ahora el destino del país sin aferrarse a la demagogia post mortem del vicepresidente Maduro. Servidor al verlo pronunciar el discurso televisivo después de la muerte de Chávez no dudó en buscar en él semejanza con el Arias Navarro del final del franquismo y sacar una conclusión, los dos me daban miedo.

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