En las vetustas facultades de periodismo se insinuaba con devoción que los pilares de la información, cual ímproba búsqueda de la piedra filosofal, radicaban en dar una sugerente respuesta a las 5 w: who, what, when, where, why (quién, qué, cuándo, dónde, por qué), en puro arranque técnico a la estructura del lead con la que había que ganarse al lector antes de llegar al cuerpo de la información. La semana pasada Jeff Bezos, el inventor de Amazon, un vendedor de libros que supo trasladar con sumo éxito la emoción del libro de papel a sus Kindle sin que se le cambiara la cara de bobo anunció desde su refugio de Seattle que con las migajas de su multimillonario negocio se haría con un diario de referencia, el Washington Post, fundado en 1877.
El golpe, mayúsculo en estruendo sin comparación, ha caído sobre el horizonte truncado del negocio como la bomba atómica sobre Nagasaki; quien no aventuraba más de veinte años al negocio periodístico en papel se hace con una cabecera en claro declive sin pestañear ni perder un ápice de aire angelical. El periódico del Watergate ahora en manos de un tipo que proyecta viajes al espacio y se construye un reloj eterno. Como millonario que es podría clonar para sí cualquier proyecto periodístico sin despeinarse pero él, adalid de lo digital, plantea la humillación perfecta de hacerse con un diario que ha manchado con su tinta impresa los dedos de millones de lectores de papel a los que él no ve futuro.
Pocas experiencias hay más adictivas que leer un periódico impreso, dejarse seducir por el sensual movimiento de sus páginas vestidas de diseño para el baile matutino a golpe de café para que un agnóstico del ritual se lance a la yugular de un placer centenario. Lo digital también admite la cafeína, y el tránsito de los dedos, pero no es lo mismo. Es posible que lo analógico pronto sea un sucedáneo a la par que la pornografía en la red lo sea al sexo presencial, o la lectura de titulares al hecho de estar informado. De Bezosnos falta por conocer una de las claves, el why (el por qué). Uno no hace más que pensar en que Amazon, antes de llamarse así, se denominaba Abracadabra.
