Opinión

Que vivan los novios

Siempre se ha visibilizado al amor como un encuentro preadolescente cuando la realidad de los sentimientos se pronuncia de múltiples maneras, incluso a deshora y no siempre con historias amables ni sencillas, que se lo pregunten a Michael Haneke -reciente Principe de Asturias- y su particular “Amor”. El amor en la tercera edad siempre ha existido, aunque preñado de silencios y miedos. Otra cosa es cuando a la plegaria del amor se le suman las barreras de la edad en sonados amores a deshora. Uno, a la vuela pluma del recuerdo le salen los de Borges, Saramago, Sampedro, Cela o Alberti.

En el crepúsculo de la vida, el entrañable Di Stefano, de 86 años, ha pensado que lo mejor es hacerle un quiebro al destino y darle un sí quiero a su Julieta de ultramar. “Yo sé que mis hijos van a estar en contra pero es mi vida”, y tanto que en contra, como que ya han solicitado ante el juez su incapacidad.

Las páginas cuché abandonan estos días sus sofisticados armazones de jóvenes en flor para desentrañar esta historia crepuscular. Pero, ¿a quién no le suena? Varón decrépito que el él último instante de aliento decide darse un alivio. La historia está llena de casos de traición a las formalidades de la biología y a la de los descendientes terrenales que se atrincheran en pro de la herencia, más hombres que mujeres, eso sí, aunque también las hay.

La vida tiene un principio y un final, pero también estaciones de paso, y nudos gordianos de narices, pero también hay estaciones imprevisibles que no conviene olvidar. También las hay buscadas o busconas, que devuelven a la vida a quienes se les imaginaba en el puro ocaso. La puntería del cupido de turno no respeta ahora ni siquiera al bueno de don Alfredo quien sobre la cancha era pura destreza. Es evidente que las facultades del futbolista están mermadas, dañadas de pura biología, es más que seguro que la correspondencia con la novia, como siempre pasa en estos casos, quede en entredicho, en cuarentena de sinceridad, pero quién puede desligarse del envite del cariño y de ese sorbo de felicidad con el que se burla al destino.

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