Opinión

Perder los papeles

Cuantas veces hemos oído esa frase sobre “perder los papeles” referida a cuando alguien en realidad lo que pierde son las formas. Esto es lo que ha vuelto a ocurrir la pasada semana en el salón de plenos del Concello y donde una vez más se vivió una tormentosa sesión de la Corporación Municipal que incluyó el abandono de la totalidad de los miembros de la oposición. Como ya están informados de los acontecimientos, tampoco vamos a explayarnos al respecto.

No es la primera vez que ese marco institucional acoge berrinches y comportamientos poco correctos por parte de los integrantes del pleno municipal. Y no son sólo algunas actuaciones fuera de tono y a veces salpicadas con epítetos, no siempre velados. Y eso que disponen de un reglamento interno que regula estas sesiones, los tiempos de debate y, en teoría, evitar insultos.

Lo malo de todo eso es la sensación que se produce de cara al exterior y, consiguientemente, los comentarios que se suscitan entre la ciudadanía, sin entrar en cuestiones relacionadas con preferencias o colores políticos. Porque un edil es un representante del pueblo y éste le elige para que en el ejercicio de su función, vele por los intereses generales. Estos al menos han de ser los principios de actuación del político.

Por eso, cada vez que se producen escenas de esta naturaleza en esos espacios públicos en los que se reúnen nuestros representantes para debatir cuestiones de interés ciudadano y aprobar o dictaminar normas y disposiciones tendentes a mejorar nuestra calidad de vida, enseguida saltan las alarmas y los vecinos fruncen el ceño y desaprueban estas situaciones, donde una discrepancia política se traduce en una bronca que por lo general conlleva desaires y comportamientos poco adecuados.

Qué pensarán esos alumnos de los colegios que esporádicamente se acercan al Ayuntamiento para conocer por dentro el funcionamiento de las instituciones públicas y se sientan durante unos instantes en los mismos escaños que por lo menos una vez al mes ocupan unas personas conocidas como concejales y que de vez en cuando, por no decir que de un tiempo a esta parte con reiterada frecuencia, protagonizan unos agrios debates donde las formas brillan por su ausencia. Realmente, es poco ejemplarizante.

Menos mal que van ahora a elaborar su propio código ético, que parece que de un tiempo a esta parte se ha puesto de moda entre instituciones públicas.

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