Opinión

Vida hospitalaria

Un establecimiento hospitalario es un espacio donde las normas de conducta tienen enorme importancia. Es un marco especialmente sensible y donde la sociabilidad ha de manifestarse delicadamente.

Porque estos centros acogen a pacientes que se están recuperando de intervenciones quirúrgicas, por lo que requieren un ambiente relajado, sin agobios ni estridencias, donde reine la quietud.

Y esto implica que aquellas personas que acuden a los mismos como visitantes, tienen que comportarse con exquisita educación. Educación que se traduce, por ejemplo, cuando se realizan visitas. Debe existir una autoregulación del régimen de las mismas; porque aunque en estas instalaciones se especifica en unos carteles, parece que nadie los ha visto. Hablamos del tiempo de duración de dicha visita y, lo que es también importante, el tono-o mejor volumen- de las conversaciones que se mantienen.

Antaño, en los libros de urbanidad, había capítulos dedicados a cómo visitar a un enfermo, aunque casi siempre estas recomendaciones afectaban a visitas en domicilios particulares, que era una práctica habitual. Y se decía, por ejemplo, que si el enfermo estaba grave, la visita duraría unos momentos y se pediría permiso a la familia por si procedía verle y si estaba convaleciente, también sería breve, “todo lo más media hora” y se añadía que “el hablar, y aún más, el oír hablar es una de las cosas que peor pone la cabeza cuando no se tiene una completa salud” (manual años cincuenta).

Un hospital no es un centro comercial donde cada cual pulula a su antojo. La moderación debe presidir el ambiente. Tampoco es un espacio de recreo. Todo está al socaire de cada persona. El paciente tiene que restablecerse. El profesional de la medicina tiene que desempeñar su función en un clima propicio y el visitante ha de tener presente que acude a este lugar para preocuparse por el estado de salud del enfermo. Y todo esto, tiene que desarrollarse en un ambiente de convivencia.

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