Si no te coge el chingo, te coge el sin nariz”, dicen por Suramérica. Chingo y chato es por aquellos pagos la misma vaina. En Galicia somos más procaces: “Deiteste para o lado que te deites, sin foder non has de quedar”. Que adaptado a los moteros, podría quedar más o menos así: Te tumbes para el lado que te tumbes, de joderte no te librarás.
Soy motero. De toda la vida. Otros no han tenido tanta suerte. Cada vez que veo un guardarraíl se me eriza hasta el casco. En ciudad me la paso escapando de los orejas (los ancianos), las coletas (las marujas), los pelo pincho (los paletos de asfalto, esos insípidos novatos de embrague doble, escape libre y poco seso, que tal parece que descubrieran ayer el automóvil), y por último los picha móvil (toda esta fauna repartidora que zigzaguea en motosierras). Todos ellos son el chingo.
Ay, pero salgo a la carretera y me acecha el sin nariz: esas tajaderas galvanizadas, color carroza funeraria, apostadas para seguridad de tanatorios, floristas y enterradores, a ambos lados de la vía; en donde los coches se ensartan como pinchos morunos y quedan mancos, cojos y fritos los motoristas. Las ponen, dicen, por seguridad. Vamos, algo así como si a los airbags, para que saltasen, les metieran dentro dinamita.
Venga derrochar en radares, helicópteros, cámaras y campañas publicitarias; venga señales, paneles, mensajes y más señales, que si atendiéramos a todas no tendríamos tiempo ni de mirar el velocímetro; venga pintura, destellos y avisos en los túneles, que algunos parecen quirófanos; venga estudios, análisis, estadísticas… Y luego resulta que a la vera de donde transitan cada día millones y millones de personas, se le hace un sitio VIP a la parca con su guadaña kilométrica.
Y digo yo –y éste es el I+D+i que propongo desde aquí-: ¿No se podrían poner alpacas de paja –será por paja-, neumáticos usados, bolardos de goma, etc.? ¿No lo ponen en los circuitos y los pilotos salen saludando como papafranciscos cuando se estampan a toda hostia? ¿Por qué no hacer lo mismo en las carreteras? Incluso simple gravilla, por qué no, como en las rampas de frenado. Si es por estética, se disimula con unas cuantas máximas sobre la seguridad vial y santas pascuas. La ética quedaría más que acreditada; además también se podrían recrear ahí los jodidos graffiteros, que no evolucionaron una mierda desde la era cavernícola, con su manía de enguarrar las paredes. Y el pastizal… no sé yo, que esas fulanas concertinas protectoras han de costar lo suyo. Amén del cazo, claro, al tener que renovarlas a cada hostiazo. En fin, llamadme idiota. Llamádmelo. Pero aun así, si no hay suficiente pasta tras la bacanal de “Aves” sin pasajeros, museos sin gente, autopistas sin coches, polideportivos sin uso, piscinas sin agua, y centros de interpretación que ya explican per se el despilfarro, como para para poder colocar un doble guardarraíl que proteja la vida de cinco millones de moteros, que pongan, aunque sea, malla de gallinero. Que pongan lo que le salga de la fimosis. Pero que no nos cercenen. Que no somos lomos embuchados. Cojones.
