Aveces se producen escenas que bien pudieran pertenecer al esperpéntico retrato que don Ramón María hizo del tiempo que vivió, aunque lamentablemente para quienes las sufren, en vez de creación literaria o un mal sueño, son pura realidad a la que han de hacer frente inermes, esperando el amparo de una justicia que no les ve y cuando lo hace parece que es sólo mirando del revés.
Trabajadores de T-Solar, ya saben esa planta montada a todo trapo, dotada con la tecnología de vanguardia y pagada en gran medida con dinero público, una veintena de exempleados, decía, han tenido que acudir al Juzgado para responder de una demanda presentada por los empresarios en base a los perjuicios que les causa la ocupación de las instalaciones por parte de una plantilla que no cobra desde hace meses. Pudiera pensarse que lo hacen por gusto, como si aquello fuese ese metro cuadrado de Silgar, A Lanzada, Samil o Panxón, que la gente se disputa para poner la toalla. No. Piden que perviva la actividad y los puestos de trabajo con los que se ganan el jornal que alimenta a su prole. Qué bárbaros, a quién se le ocurre.
El caso es que del paradero de la ingente cantidad de dineros públicos y el compromiso de mantener el empleo, la empresa no ha dado ni una sola explicación. Primero les mandaron la Guardia Civil y ahora ante su señoría. Parece que fuesen peligrosos, gente de la que hay que cuidarse.
En Lliria, precioso pueblo valenciano, una septuagenaria vive fuera de sí por la amenaza de deshaucio de su propia casa, pagada religiosamente y libre de cargas, por un error de identificación en el número, para ser subastada. ¿Que parece broma? Eso quisiera la afectada; no, peregrina por notarios, registros y dependencias burocráticas varias dejándose su dinero para tratar de demostrar una realidad palmaria. El sentido común dice que para quitarle lo que es suyo, el reclamante debería demostrar fehacientemente lo contrario y la Justicia, verificarlo. Pues parece que no. Es el mundo al revés. Ah, ¿hablábamos de T-Solar?
