Opinión

Lugares comunes

La Diputación de Ourense ha decidido incorporar a su acervo el término ourensanía, acuñado por el poeta González Tosar, y que en interpretación libérrima vendría a ser algo así como un compendio de nobleza intelectual y orgullo patriótico debidamente aderezados, para que resulte reivindicativo y de reafirmación de la autoestima entre los de aquí e integrador con los de fuera. Parece cosa más próxima a los sentimientos y al espíritu que al mundanal ruido, aunque cada quien podrá acomodarlo a una idea o situación concreta. La institución provincial apadrinó su oficialidad y ha hecho bandera de él bautizando con tal término los premios que anualmente reconocen la labor de personas nacidas aquí o instituciones aquí implantadas; también el presidente de la entidad echó mano de él para titular su primer libro. En Falemos de ourensanía, Manuel Baltar reflexiona públicamente al amparo de ese paraguas sobre cuestiones candentes y sustantivas para Ourense.

Las conclusiones e incluso el planteamiento del autor son discutibles, ya que no se limita a la simple evocación, sino que con el análisis coloca medidas concretas en forma de hipotéticas soluciones. En este sentido, aún tomando partido, es meritorio que lo haga con el ánimo de trascender las siglas y llevar el análisis personal a un terreno más amplio para someterlo allí al debate general.

Muchas de las ideas puestas sobre el papel rebasan el ámbito provincial y tienen que ver con cuestiones que andan varios escalones más arriba, aunque afectan directamente a lo que ocurre dentro de esos límites geográficos y a los residentes en ellos, como la revisión de conceptos decimonónicos o la redefinición de funciones, adecuándolas a las necesidades y los retos actuales; así como la elección directa en urna del presidente y los diputados provinciales, igual que se eligen alcaldes y concejales. Sin embargo, hay otras propuestas que sí se ciñen al campo de lo concreto y que hacen referencia a la necesidad de prescindir de la propensión al victimismo, para dar paso a la creencia en las propias posibilidades como vehículo hacia el futuro. Ourensanía es, según Baltar -también en interpretación libre- respetar el pasado e imponerse la obligación de dejar un futuro mejor a nuestros hijos y nietos. Ahí reviste relevancia la oferta al resto del espectro político para un frente común ante los grandes objetivos de interés general.

Eso es lo que justamente espera la ciudadanía de quienes les representan en las instituciones; el escenario es conocido y las necesidades también. La responsabilidad es de todos, aunque es evidente que no en igual medida. Ourense sufre problemas estructurales cuya solución exige compromisos serios, que a su vez implican posturas no siempre coincidentes con las propias siglas en el ámbito autonómico o estatal. Aceptar el envite sería apenas el inicio de la senda adecuada, pero constituiría un gran paso. Dicho lo anterior, admitamos ahora mismo que históricamente esto es pura utopía.


cambio

Por cierto, aún siendo aparentemente ajeno a nuestras cuitas, fue interesante el discurso del futuro presidente del País Vasco, Iñigo Urkullu, sobre todo cuando brindó diálogo para bien de esa autonomía y reclamó el apoyo generalizado de la sociedad vasca -mucho más allá del Parlamento- para un gran pacto socioeconómico. El mismo, por cierto, que propuso en idéntica tribuna el lehendakari saliente, Patxi López, pero que el PNV de Urkullu impidió a lo largo de los últimos cuatro años. Sucedió en Vitoria, aunque el ejemplo valdría para lo hemos visto aquí y en otras partes muchas veces. A lo mejor esta vez va la vencida.

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