Opinión

Como niños perversos

Tal como van las cosas y como la corrupción nos enmierda hasta el cuello entre las cuatro esquinas del suelo patrio, la política se ha convertido en un juego de niños; perversos, eso sí, pero asumiendo el esquema infantil en toda su simpleza, incluso para las operaciones más sofisticadas.

Cuando a un pequeño se le ofrece un objeto del tipo que sea, lo primero que hace es tratar de desarmarlo para ver lo que tiene en su interior. Descubiertas las tripas del artefacto, pondrá toda su capacidad de imaginación a funcionar para buscar una función distinta a la asignada o pensada inicialmente.

Así, un maletín de primeros auxilios o un puzzle pueden convertirse en carga de un camión de transportes; el balón oficial del Real Madrid, regalo del abuelo en los últimos Reyes, en gorro del muñeco de la esquina del salón, igual que el reposabrazos del sofá puede servir como grupa de un caballo imaginario. En definitiva, un aprovechamiento no calculado por quienes pusieron en el mercado el objeto original.

En la política española es lo mismo. En torno a ella y a sus ubres se ha desarrollado una fauna especialista en el uso perverso o fraudulento de dinero público. Las subvenciones no llegan a destino y cuando lo hacen son hábilmente desviadas a otros fines o manos; las adjudicaciones tienen los precios lo suficientemente elevados como para que quienes las logran, puedan repartir mordidas, hacer financiación b o, incluso, enriquecerse personalmente de manera obscena.

Es cierto que la mayoría de los políticos son honestos, pero no lo es menos que su concurso, siquiera por omisión, resulta imprescindible para que los caraduras, como niños perversos, cometan tanta fechoría. Sin el consentimiento tácito de muchos, sería imposible la desvergüenza de tantos.

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