Opinión

Consejos del exterior

El último de los líderes internacionales que, hasta la fecha, han advertido a Artur Mas de que ninguno está por la labor de respaldar sus planes secesionistas ha sido nada menos que el presidente de los Estados Unidos durante el encuentro que ha mantenido con los reyes Don Felipe y Doña Letizia en su visita a la Casa Blanca. Obama, como el resto de los altos personajes que se han manifestado sobre la cuestión –se me ocurren así y a bote pronto, Cameron, Merkel, Yunker e incluso Manuel Valls- lo ha hecho en tono discreto pero con un significado insoslayable. El presidente estadounidense se ha referido a su deseo de tener como aliada “una España fuerte y unida”, que es un modo prudente pero ajeno a cualquier duda de expresar a los independentistas catalanes que su proceso no le gusta un pelo que diría Margallo.

A pesar del esfuerzo y el dinero que Mas y sus aliados han invertido en su propagación por el exterior, la causa independentista no ha prendido y no hay nadie con entidad y reconocimiento en el mundo que se haya expresado en sentido favorable. Nadie ignora que el entramado político que trabaja a favor de los intereses del presidente mantiene una infraestructura muy activa en el exterior donde la Generalitat sigue sufragando sus propias embajadas aunque no tenga para ello ninguna competencia. Sin embargo, esos viajes, esos contactos y esa tarea diplomática desarrollada no han obtenido el menor éxito.

De hecho, Mas sigue cosechando advertencias, y por mucho que trate de endurecer el partido, lo que se manifiesta sobre el particular fuera de nuestras fronteras es una posición compartida de negación absoluta a permitir la entrada de una Cataluña unilateralmente desvinculada de España en las instituciones y foros internacionales, a los que legítimamente pertenece como parte que es del territorio español. Si el independentismo no desea entenderlo o procura tergiversar el significado de esas llamadas al orden, es muy dueño de hacerlo pero el panorama es inequívoco. Los tiempos además son francamente adversos para la admisión de nuevos países en entornos económicos y políticos de propiedad internacional. No está en este momento el horno para bollos ni lo va a estar en mucho tiempo. A eso se le llama perder la cabeza.

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