Opinión

Lo correcto de lo incorrecto

Lo bueno de ser viejo es que uno está legítimamente autorizado a decir lo que le venga en gana sin temor a las consecuencias. Muchos de los resortes de una sociedad apoltronada y cansina son personajes que han superado la barrera de los ochenta y que no temen abrir la boca aunque lo que digan sea a menudo políticamente incorrecto e incluso no sea ni acertado ni cierto, porque a esas edades se ha vivido de todo y nadie está en condiciones de rebatir lo dicho.

Le ha pasado a Juan Goytisolo, cuyo discurso de acepción del premio Cervantes ha menudeado en la crítica social, en las cargas contra las conciencias laxas, y en la necesidad de abrir el corral para la entrada de otros idearios, otras propuestas sociales y políticas y otros gallos en el gallinero. De hecho, y ante los Reyes, no ha tenido el más mínimo aprieto en lanzarle un guiño a Podemos, un cariño medido y aceptado por la pompa y la circunstancia –la casta que diría su adalid Pablo Iglesias- en la seguridad de que esta referencia, en boca de un intelectual cervantino veterano y querido, tienen incluso la virtud de acercar a la Monarquía en lugar de separarla del entorno social y político que en estos momentos impera. Iglesias ya se ganó un minuto de gloria con el regalo de “Juego de Tronos” y ahora, ante la risueña y comprensiva mirada trazada desde lo alto por Felipe VI, Goytisolo ha vuelto a homologar el movimiento expresando desde la boca de un escritor de prestigio que si ganan no tiene que pasarle necesariamente al rey lo que le pasó a bisabuelo.

Sospecho que la concepción del Cervantes lleva implícita la asunción de que el ganador va a tomar la palabra para ser razonablemente crítico, cáustico y suavemente incómodo, una circunstancia que va en el programa. No sería ni siquiera comprensible que una personalidad de la pluma y el pensamiento estuviera conforme con la situación y se mostrara manso y resignado. Lo sabe el rey Felipe, lo sabe la reina Letizia y lo saben todos los que asisten en Alcalá de Henares a la ceremonia de suerte que el discurso del ganador va a ser siempre trasgresor y políticamente incorrecto. Paradójicamente esa incorrección es la que otorga al discurso su condición de correcto. Así que, aquí paz, después gloria y todos contentos.

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