Opinión

Diez años después

Diez años después del terrible atentado de los trenes de cercanías llevando la muerte a cuestas, los propios protagonistas del proceso judicial que dictó sentencia no se ponen de acuerdo a la hora de decidir el nombre de quién a su juicio fue el cerebro de la trama ni concuerdan en la interpretación de los motivos que alumbraron aquel infierno. Sobre el 11-M y su naturaleza quedan en mi opinión muchas cuentas que ajustar y anida en algunos de nosotros la sensación de que aquello se cerró a blancas urgido por la necesidad de ofrecer soluciones a una población doliente que exigía justicia pronta y efectiva y necesitaba mitigar como fuera y cuanto antes un dolor inmenso. Para las víctimas y sus deudos no había mejor medicina que la identificación y rápida condena de los criminales, dejando a partir de ahí que el paso de los años restañara como pudiera las profundas heridas infringidas por aquellas pesadilla que borró para siempre la sonrisa de un país que siempre había sonreído vinieran duras o maduras. Hasta aquel momento.


Leer los recuerdos y reflexiones que sobre los hechos ofrecen a estas alturas tanto el presidente del tribunal como el fiscal que representó al ministerio público produce cierta desazón y conduce a la sospecha de que el asunto se cerró con muchos flecos, muchas situaciones inexplicadas y muchas incógnitas que no han sido despejadas hoy ni lo serán nunca. Lamentablemente siempre ocurre así, y ni siquiera el ingreso de episodios de entidad semejante en el torrente de la Historia enciende luz en las tinieblas ni por desgracia proporciona soluciones que faltan.

Diez años después, al cuerpo le recorre la sensación de que a la cárcel fueron a parar los peones de aquella masacre pero no sus verdaderos responsables. Diez años después, nadie ha sido capaz e explicar cómo una chirigotera banda de aficionados sin formación alguna pudo preparar un golpe tan sofisticado, como toneladas de explosivos metidos en camiones pudieron cruzar impunemente la mitad del país, como un tipo dueño de un locutorio telefónico pudo ser el cerebro de la masacre. La cadena de custodia se rompió, los testigos protegidos se contradijeron, la naturaleza del explosivo suscitó una abierta controversia entre los peritos no resulta, ciertos culpables había trabajado antes como confidentes policiales… A qué seguir. Solo se que no sabemos nada y que quizá los malos fueran Pepe Gotera y Otilio. Pero sospecho que ni Bermúdez ni Zaragoza saben mucho más.
 

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