Opinión

Las fiestas de verano

Estamos en verano y el verano es el tiempo preferido por todos los pueblos de España para escenificar sus fiestas populares, esas manifestaciones ancestrales y en muchos casos probablemente bárbaras, en las que la gente se propone ponerlo todo patas arriba y entregarse a un profundo desarreglo al amparo del sol, del buen tiempo y las vacaciones. No hay que madrugar, mañana no se va a la oficina y por tanto a nadie le resulta oneroso el trasnoche, algún que otro exceso y la posibilidad de pasarse de rosca con unas copas de más. Por ejemplo, puede uno alancear un toro sin pensar en que mañana es día de curre y va a estar uno hecho unos zorros.

Hasta hace pocos años, una de esas manifestaciones de arraigo popular cuyos inicios se pierden en la noche de los tiempos, apostaba por tirar a una cabra desde lo alto de un campanario y yo recuerdo como en el pueblo riojano de mis mayores, el número más esperado de sus patronales consistía en arrancarle la cabeza montado en burro a un gallo que los mozos ataban por las patas a una maroma tendida entre dos balcones de la calle principal. La fiesta se fue poniendo al día no porque se indultara al pobre animal sino porque en lugar de pasar bajo él en burro se pasaba en bicicleta.

Hoy, el áspero regusto rudimentario de algunas celebraciones no se ha disipado, y su vocación ligeramente salvaje tampoco, aunque las raíces de la celebración sean dudosas y no exista comprobación histórica de los hechos que las inspiran como pasa en Catoira. Ayer sin ir más lejos, unos trabucaires que protagonizan las fiestas de una población de Cataluña se pararon para disparar sus armas delante del portal donde vive un concejal del PP al que fusilaron en efigie ante la evidencia de que no era ni fino ni correcto fusilarle de verdad. 

Este es el país que tenemos para lo bueno y para lo malo donde la gente batalla en la vía pública con toneladas de tomates o hectolitros de vino, donde se escenifican combates de otras eras con muy buen humor aunque con escaso rigor histórico, y donde los toros de lidia se corren a pelo por las calles de las ciudades, entre taco y taco de tortilla y tiento y más tiento a la bota del morapio, uno de esos inventos que merece figurar entre los más grandes triunfos de la humanidad junto a la rueda, la cama, los boquerones en vinagre y la música de los Beatles. El verano declina y la inventiva tradicional se retirará a sus cuarteles hasta el próximo ciclo.

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