Opinión

Hacer bien el nido

En 1885, Buffalo Bill contrató a su antiguo rival el jefe sioux Sitting Bull para que formara parte de su compañía circense, un espectáculo que recreaba en vivo la epopeya del Lejano Oeste y con el que recorrió medio mundo incluyendo una accidentada visita de dos semanas a Barcelona. El coronel Cody incorporó al viejo guerrero, le trató con gran respeto y distinción y le pagó un sueldo que el indio no había visto junto en toda su vida simplemente por vestir las galas de caudillo de su tribu incluyendo el tradicional penacho de plumas en la cabeza, y abrir el espectáculo desde el centro de la pista dirigiéndose al público en su idioma vernáculo. El legendario piel roja desgranaba lentamente su letanía en lakota sin apenas mover un músculo del rostro pero muchos expertos en la vida y costumbres de las tribus autóctonas sospecharon con notable fundamento que aquel discurso estaba compuesto en realidad por un rosario de insultos e imprecaciones dirigidas hacia la nutrida concurrencia que no se enteraba de nada y aplaudía a rabiar cuando el indio les cubría de feroces denuestos y maldiciones y se ciscaba en sus padres, madre y toda su parentela recordando los desmanes que el hombre blanco había cometido contra el pueblo indio a lo largo de casi un siglo de genocidio sistematizado.


Sospecho que el veterano gran jefe sonreiría satisfecho liberado de todos sus arreos tradicionales y traumas, sentado en su camerino, fumando un cigarro, paladeando un trago y disfrutando secretamente de su pequeña y blanca venganza. Y sospecho también que a todos nos gustaría asumir de vez en cuando ese divertido papel que le permite a un buen hombre maltratado y tundido cobrarse una impagable satisfacción inocua y secreta tal vez pero divertida y recompensada además con una remuneración honrada y generosa que le permitió poner a parir a sus antiguos perseguidores ahorrando de paso lo suficiente para comprarse una casa y retirarse a vivir en ella tras apenas tres años de hacer el indio que es específicamente lo que hizo el gran Sitting Bull cuando su amigo Bill le contrató para su circo y le propició una jubilación dorada. Al fin y al cabo, al honorable piel roja no le quedaba otro camino para congraciarse consigo mismo.


Desgraciadamente, la felicidad duró poco y el caudillo indio fue asesinado unos años después por la propia policía indígena durante una redada en la reserva donde vivía.

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