Opinión

La influencia de los afrancesados

A lo largo de la más reciente historia de España no ha existido probablemente un colectivo más desgraciado que el que formaron los afrancesados, ciudadanos venturosos, ilustrados y capaces, que actuaron convencidos de que apoyar la monarquía impuesta por Napoleón y depositada en las sienes de su hermano José era la mejor opción para convertir un país inculto y atrasado como el nuestro en otro distinto abierto, eficiente, cultivado y moderno. José Bonaparte, que era licenciado en leyes, diplomático de carrera, culto, exquisito, completamente abstemio y republicano, fracasó en España y hubo de salir por la frontera tras una primera ocasión en la que retornó ayudado por su hermano, seguido por una larga y dolorida lista de españoles acusados de traición entre los que estaban gentes del nivel intelectual de Moratín, Meléndez Valdés, Goya, Lagasca, Lista, Javier de Burgos, Francisco Sor y así hasta cuatro mil españoles de bien aterrorizados ante la certeza de que el nuevo rey, el malvado Fernando VII, quisiera rebanarles el pescuezo. Otros hubo, como Mendizábal o Blanco White que se escaparon a Inglaterra.

Paradójicamente, España es, desde el punto de vista administrativo, heredera del sistema francés, e inspirado en el sistema francés está nuestro orden jurídico y sus tribunales, nuestro reparto territorial -lo firmó un afrancesado de vuelta en casa llamado Javier de Burgos que ya ha sido citado- la organización de nuestra policía, nuestro sistema de archivos y bibliotecas y las ordenanzas de sus ejércitos por citar ejemplos.

Y ya que hemos tomado inspiración de los franceses para consolidar tantas instituciones propias y edificar tanta parte de nuestros sistemas de administración y gobierno, no estaría de más que nos fundáramos también en las soluciones que han sido capaces de aplicar los franceses para rescatar su maltrecha selección nacional de fútbol que ganó su Mundial del 98, ganó la Eurocopa en 2000 y cayó con estrépito en el Mundial siguiente de 2002 donde ni siquiera pasó el corte para volver en 2006, jugar la final, perderla por penaltis y enfrentarse al famoso episodio entre Zidane y Materazzi que acabó con el francés expulsado y retirado.

A partir de ahí, se sucedieron los fracasos, los desastres, los cambios de entrenador, las broncas, los desencuentros y la nada. El pasado Mundial de Sudáfrica marcó el más duro revés para los franceses, el descalabro más grande de su historia y el abrupto y amargo final de un ciclo brillante cuajado de espléndidos jugadores. Es un cuento de hadas que parece aplicable a los nuestros y que, en el hoy de Brasil, enseña las dos caras de una moneda, un combinado en situación terminal como el español y otro recién despertado de una pesadilla que camina con paso firme y juego brillante hasta la consecución del título. Francia es, en esta cita brasileña un vendaval lleno de talentos emergentes como Varane, Pogba, Mangala, Griezmann o Matuidi, junto a jugadores ya hechos del corte de Benzema, Valbuena, Lloris, Sagna o incluso Patrice Évra, con un enorme potencial y un fútbol demoledor en sus botas.

Preguntemos al que sabe: ¿Vous voulez coucher avec moi?... Pues a ello.

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