Opinión

Un tal Pedro Sánchez

Lo de siempre en este caso no lo es tanto ni se repite por ahora porque corresponde reflexionar sobre el nuevo secretario general del PSOE elegido por un sufragio directo en el que ha votado el sesenta por ciento de la militancia socialista, lo que da una idea de la trascendencia que se le ha otorgado a esta consulta en el seno del partido. Pedro Sánchez ha vencido por una encomiable mayoría y el país entero ha respirado con alivio porque el PSOE ha preferido la solución más templada y ha apostado por un liberal ilustrado de centro izquierda con un discurso sensato y en cierto modo conciliador, respondiendo a un deseo generalizado que no solo latía en el subconsciente socialista sino en el de todos los que están en esas posiciones, en el centro e incluso en la derecha.

Dicen que el propio rey Juan Carlos le pidió a Susana Díaz que se hiciera cargo de la nave socialista antes de que se desvencijara en el fragor de la tormenta y los acontecimientos posteriores no parecen desmentir esta suposición. Al fin y al cabo, la presidenta andaluza apostó por Sánchez desde un principio y aunque la ventaja del diputado madrileño sobre Madina hubiera resistido incluso sin los votos de Andalucía, el efecto contagio y la autoridad de Díaz se manifestaron como argumentos clave para otorgarle la secretaría general con el suficiente consenso que permita adoptar medidas con las que recuperar el partido por mucho que algunas de ellas duelan. Pedro Sánchez es un neófito al que sin embargo se atribuye un carácter pragmático con el que asumir el mando, restañar el tejido interno del PSOE y hacer los cambios que le permitan regenerarlo por dentro y andar unido y reconciliado. Desgraciadamente, su régimen interno deja poco resquicio al ejercicio de autoridad por parte del secretario general y limita al máximo la influencia de Ferraz, pero ese absurdo conato de federalismo que lastra hoy la capacidad de maniobra de su cúpula puede ser rebajado con sensibilidad pero sin titubeo por una nueva directiva que ha triunfado en casi todas las demarcaciones y que cuenta, por tanto, con la confianza de la mayor parte de sus correligionarios.

Y de paso, el PSOE ha ofrecido con esta convocatoria un par de lecciones. Ha demostrado que se pueden democratizar al máximo los sistemas de participación interna y que se puede elegir además al más idóneo y Sánchez parece serlo. Al contrario de Sagasta, que era un orador deplorable, bajito, narigudo y feo como un dolor, Sánchez es un ex jugador de baloncesto de elevada estatura, figura gallarda y verbo sencillo y directo. Pero ambos tienen ciertos puntos en común –su buena formación, su concepción institucional y su reflexión- y Sagasta demostró tener la gobernabilidad del Estado en la cabeza y un juicio condenadamente bueno para conservarla. Sagasta, el centro izquierda más representativo de la política nacional en el siglo XIX, fue desde sus convicciones, un ejemplo de honradez y fidelidad a los principios institucionales, un adversario político leal y un presidente firme, sensible, sensato y generoso. Sánchez debería pensar en parecérsele.

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