Opinión

Volver a lo mismo

Pienso, luego existo”, decía Descartes. Y si pienso, por fuerza tengo que dudar de muchas cosas. La duda es inherente al ser humano porque este camina en busca de la verdad. ¿Y dónde está la verdad? La verdad puede ser diversa y contradictoria. Cada verdad tiene un aspecto diferente según quien la cuente. Si algo sucede ante X personas, cada una verá el caso desde una perspectiva distinta, lo cual lleva a preguntarse qué es lo que fue en realidad. Y la realidad es que cada una de ellas dirá lo que cree que es la verdad. 

El que no coincidan las versiones entre sí, no quiere decir que quienes las emitan mientan. Otra cosa es que lo hagan llevadas por diversos motivos e intereses. Con lo cual también se mienten a ellas mismas, a sabiendas. Por otra parte, está la pregunta clave: ¿miente la mente? Esta percibe un objeto, digamos que en bruto, lo modifica y lo ofrece completado. Así se puede ver una taza, un reloj, una cara… Pero ¿percibió en realidad lo que nos devuelve? Esto me recuerda el cuadro de Magritte, y el juego que propone con él: “Esto no es una pipa”. En este caso el enunciado dice la verdad. No es una pipa, es la imagen de una pipa. ¿Se puede decir que nada es lo que parece? Compleja la respuesta, sobre todo si en cada tema que se trate hay, como ya he citado, intereses creados para dar una solución definitiva. ¿La mente engaña? Pues sí. ¿Queremos engañarnos? Claro que sí, muchas veces. Todo este preámbulo viene dado por el poder de convicción que el ser humano se aplica a sí mismo. 

Hay casos en que no quiere ver lo más evidente y no lo ve. Y hay otros casos en que ve lo que posiblemente no exista, y lo ve nítido. Ya lo dijo quien sabía mucho: “la belleza no está en el objeto, si no en los ojos de quien mira”. Esto puede aplicarse a todo lo demás. Y puede que sea así. ¿Qué es la belleza? Algo muy complejo. Depende también de lo que en cada época se defina como tal. Así, al repasar los cánones de esta a través de la historia, puede observarse como el ser humano es un juguete a merced de quien la delimite, tanto como intérprete, espectador e imitador a un tiempo. Ahí están los museos y los audiovisuales. Modelos distintos, contrapuestos, que la mente traduce y los ojos aceptan de tal manera que subyugan, según quien los mire, concitando sobre ellos la máxima admiración, o rechazo y burla.

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