Opinión

Democracia a la ourensana

En el cine, a veces hay finales tan redondos que, por sí solos, pasan a la mitomanía colectiva, imponiéndose incluso al resto de la película. Sucedió por ejemplo con la icónica frase “nobody is perfect” que suelta Joe Brown a Jack Lemon al final de “Something Like it Hot” (“Con faldas y a lo loco”, Billy Wilder, 1959); o, sin palabras, el primer plano del pie de Stefania Sandrelli haciendo carantoñas con el de un marinero en “Divorzio all’italiana” (Pietro Germi, 1961).

En este filme, se narra el chanante plan de Ferdinando (o Fefé, interpretado por Marcello Mastroianni, lo que le valió una nominación al Óscar) para deshacerse de su esposa, cuando en Italia no se permitía el divorcio. Los italianos parecen proclives a reírse bastante de sí mismos, como demostraría un par de años después otro famoso título, esta vez de Vittorio de Sica, con Sofía Loren, “Matrimonio all’italiana” (1964).

No cabe duda de que -con permiso de la afinidad entre gallegos y portugueses-, si hay que hacer caso de los tópicos, el país europeo más parecido a España, en términos de idiosincrasia, es Italia. Y, ya puestos a mirarnos en el espejo del vecino, conviene advertir que el modo de manejar ciertos asuntos “a la italiana” puede acabar resultando contagioso, dependiendo del contexto. Véase si no lo sucedido con la pandemia del covid-19.

Así, en cuanto a la política, Italia fue de los primeros países europeos que dio entrada a un mosaico de partidos, acabando con el tradicional bipartidismo, favoreciendo un cúmulo de pequeñas formaciones -merced a una bajísima participación ciudadana en los comicios-, con el riesgo de que ninguno alcance mayoría suficiente para gobernar. Paralizante escenario, de cara a adoptar los necesarios acuerdos con que sacar adelante el país.

Estuvo también entre los primeros lugares en poner cara al fenómeno del populismo político, encarnado en la figura de Silvio Berlusconi, cantante de cruceros catapultado a empresario, que amasó un imperio mediático -cadena de televisión incluida- con el que pudo introducir en los hogares del país un mensaje tan simplista como eficaz, tendente a acentuar la oposición entre el pueblo y una pretendida élite política.

De Donald Trump a Boris Johnson, no obstante, el populismo nació en la Rusia del siglo XIX, dentro del llamado narodnismo, corriente socialista derivada de la palabra “narod” (“pueblo”, en ruso) en respuesta al conflicto entre el campesinado y la monarquía para conseguir un reparto más justo de la tierra y superar el atraso nacional, bajo el lema “ir hacia el pueblo”, origen de los movimientos democráticos rusos de entonces.

También presidente de un club de fútbol, como Berlusconi, reputado imitador suyo en nuestra tierra fue Jesús Gil, personaje que solía aparecer en un jacuzzi rodeado de señoritas y que llegó nada menos que a alcalde de Marbella, donde se le recuerda por su dudosa gestión, así como por constantes controversias y polémicas, aparte de haber abierto las puertas a la mafia rusa en la Costa del Sol. Populismo a la española, o sea.

A veces, se asiste a este tipo de bizarro espectáculo con mezcla de pasmo y diversión morbosa, amparándose en la lejanía y dando por hecho que nunca se llegará a padecer en territorio propio. Con todo, lo más triste no es llegar a encontrarse en semejante situación, sino tener oportunidad de salir de ella y no aprovecharla. Mayor suspense no cabe, a la espera del plano final de “Democracia a la ourensana”. 

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