Opinión

La importancia de ser honesto

Maestro del ingenio, Oscar Wilde estrenó en 1895, en el teatro Saint James de Londres, su comedia “The Importance of Being Earnest. A Trivial Comedy for Serious People”; cuyo título encierra un juego de palabras entre “Earnest” (serio o sincero) y el nombre propio “Ernest” (Ernesto), homófono del adjetivo. La traducción española habitual no conservó el equívoco, aunque sí se logró con la versión publicada en algunos países latinoamericanos.

De hecho, así lo hizo el traductor mejicano, Alfonso Reyes, que tituló la obra “La importancia de ser Severo”; aunque pudo haber recurrido también a “Honesto”, nombre propio castellano, como refleja San Honesto de Nimes (o de Pamplona), predicador del siglo III, a quien se atribuye la cristianización de esa ciudad española; más venerado en Francia, donde cuenta incluso con un templo de su advocación, en la localidad de Yerres.

Como adjetivo, “honesto” procede del latín, con origen en “honos, honoris” (“honor”), aunque, en realidad, los romanos no usaban ese vocablo para reflejar las cualidades de decencia, dignidad o respeto que se le atribuyen en castellano; sino que se asociaba al reconocimiento público otorgado a quien se le suponían tales virtudes. De hecho, hoy aún se utiliza la expresión “cursus honorum” para referirse a una carrera política o administrativa.

La misma etimología esconde la palabra “honrado” (“honoratus”), que es quien recibía el “honos”. En Roma, por tanto, los “honesti” eran los honrados con un cargo público; de forma que los “honestiores” (literalmente, “los más honestos”) pasaron, en el Bajo Imperio, desde el siglo II d.C., a integrar la clase social más alta (senadores, caballeros, altos funcionarios…) frente a la de los “humiliores” (“los más humildes”).

De esta distinción, que se mantuvo durante los reinos visigodos, queda algún vestigio incluso en la actualidad, como el tratamiento de “honorable” que conservan para diversos cargos en los territorios de habla catalana. Así, en cualquier caso, parece indudable que la honradez y la honestidad, en todos los tiempos, han sido virtudes esperadas y esperables de las personas llamadas a ocupar puestos de relevancia política. 

Entre tanto, la inopinada y esperpéntica irrupción estos días de “La importancia de ser Honesto” en formato audiolibro, enfilando la recta final hacia el bastón de mando, lleva a reflexionar sobre los resultados de encuestas recientes que aúpan la honradez a la cumbre de las cualidades más valoradas entre la población, llegado el momento de elegir entre candidatos que se presentan a puestos públicos. 

La ciudadanía está invitada al inminente estreno de nuestra propia comedia trivial para gente seria, cuyos protagonistas son más que bien conocidos por el público en general. En ese Pentecostés electoral del 28 de mayo, corresponderá dar a cada esfuerzo su mérito y salvar al que busque salvarse, esperando a ver si el Espíritu Santo nos ilumina, derramando a modo de carisma el sentidiño tan necesitado para dicho crucial evento.

Bella a la par que modesta, la iglesia de San Honesto de Nimes, en Yerres -del siglo XII, aunque reconstruida durante el XIX-, tal vez merezca una visita, a lo sumo, sin mucho más que ver por allí. Yerres una vez, o sea, sabio lector; no más. Ya lo dijo San Agustín, siguiendo a Séneca: “errar es humano, pero perseverar en el error es diabólico”; añadiendo siglos después Alexander Pope aquello de “perdonar es divino y rectificar es de sabios”. 

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